martes, 29 de junio de 2010

Las series para los niños

Me han hablado recientemente de la experiencia de un colegio en el que han facilitado a los padres de los niños una relación de “series” que no conviene que vean pues promueven valores conflictivos para niños. De tal manera es así que tachan las series que van dirigidas a adolescentes y no a niños. Promueven una forma absurda que, entre otras cosas, infantiliza a los hermanos mayores que han de soportar contenidos que los aburren o facilita la deslocalización familiar, una causa de inmoralidad entre hermanos que insolidariza una de las primeras y decisivas referencias de moralidad. El primer modelo de socialización es, como es evidente a cualquier orden sociológico, la familia.

Empecemos diciendo que no hay un margen riguroso para decidir qué es infantil y cuándo un niño deja de ser infante como sí hay un orden entre los hermanos pequeños y los mayores; uno es general sin límite concreto, como no saber a priori qué mayor se es (que nadie lo sabe y es por lo que no se sabe nada; nadie sabe nada y sólo sabemos unos de otros), y el otro hace concreto lo general, pues los hermanos mayores maduran antes y saben más.

Hay, asimismo, una forma en los niños para que se adapten a su entorno. El miedo o la vergüenza tienen su tiempo, como lo tiene el desnudo y su repulsa, y los niños no deben cerrar los ojos ante la realidad. Lo general de los sentimientos morales es un sinsentido, una generalidad vaga, si no se tiene en cuenta lo común de la red en la que éstos se entretejen.

La competencia entre los niños es una forma que se les va a exigir de mayores. Si eres más guapo gustarás más, si eres más listo, o estudias más, sacarás mejores notas, si tienes un móvil más nuevo te mirarán más, etc.

La competencia de unos con otros no es un valor de ninguna serie sino de la cultura en la que tiene significado dicho valor; *la competencia es la misma afección que la cooperación con el desplazamiento de la distancia, lo que ponen en las mentes de sus hijos quienes les educan. Aprendan los padres a ver con justicia quiénes son los responsables de sus hijos; ustedes, sin proximidad, no.

Los niños no son inocentes ni neutros moralmente. Los niños tienen malísimas intenciones, pero no cuentan con la capacidad para representar definidamente el objeto moral distante, el que ponen en sus manos o mentes los mayores.

Ciertamente, los niños tienen la capacidad de perdón, pero es más común en ellos la capacidad de olvido. El perdón es una representación que exige un desarrollo moral muy superior al olvido. El olvido en ellos carece de forma objetiva, pues es una forma negativa para la que apenas tienen sensibilidad. Quiere esto decir que los niños no aprecian la mayoría de las cosas porque no las entienden. Lo que sí entienden es lo más cercano y constante: sus padres y su entorno. El entorno es el contenido que formalizar; los padres son a quienes miran los hijos y poder dar, así, forma moral a lo que no la tiene.

Conozco padres que han estudiado psicología infantil y pedagogía, pero la mayoría de los padres que conozco llega a sus propias conclusiones en psicología sin ninguna reflexión que pueda ser tenida en cuenta; y más les valdría no llegar a ninguna conclusión.

Cuando la gente piensa en moral, como si es conveniente que mi hijo vea o no vea esta serie, hace un juicio inmoral y subjetivo, piensa en su hijo y en sí misma; y la moral es principalmente intersubjetiva, compete a varios sujetos implicados en una misma representación.

No hay categoría positiva para los simismos, y sólo las hay negativas, representaciones abstractas sin forma justa para su sentimiento. Los sentimientos no son reproducibles sino en la distancia. De modo que si no hay presencia y proximidad moral para una representación mínima de la distancia y no pueden decir a sus hijos qué es conveniente en las diversas situaciones de sus vidas están siendo injustos porque ponen palabras hipócritas en sus bocas y son incoherentes con la fuente primera de moral; son charlatanes que moralizan sin objeto moral próximo. De nada vale que no vean cosas que les ocultan e igualmente van a ver. No ven sólo subjetivamente sino que la visión moral es principalmente no subjetiva; no hay subjetividad moral. Buena prueba de ello es que la vista no es nada sin lo que ve y da forma a su posterior visión subjetiva. La teoría sociológica del concepto solidario dice que la vista, como la mayoría de las cosas, no es subjetiva, pero necesita de una subjetividad; es sociológica y forma parte del concepto solidario que ésta estudia.

He invertido conscientemente, y con un evidente tono irónico, el orden de Spinoza* que tantísimo he criticado. Como señalé desde el principio de mi crítica al mismo, es un orden falso e inmoral. Hay un grado de verdad en él que ha ser contrastado científicamente; es todo su valor, que es esencialmente científico; y la ciencia se basa en él, pero él mismo no es sin su forma ciencia, sino que es lo que hace la ciencia posible; es un orden metafísico que como ética es una delirio, pues la ética no es metafísica sino que la metafísica se basa en lo que es ético.

miércoles, 16 de junio de 2010

¿Hacia dónde vamos?

El actual mundo es cambiante y nada permanece. Lo que ayer era dado por supuesto hoy es falso. Nada es lo que era porque el cambio es un acontecimiento constante; y siempre ha sido así, todo siempre ha cambiado. Lo que hoy en día sucede es que el cambio contrasta y nos apercibimos de él. El fenómeno de la precipitación se hace evidente al no tener la misma forma que el concepto que lo padece (el sujeto); la forma del cambio es más rápida que la de la mente y caben más grados de cambio de los que se pueden percibir.

Todos estamos sujetos al fenómeno de la precipitación en una distancia mínima con la forma de su concepto. El mínimo de la representación es el sujeto. Ya sea usted, su amante, su jefe, yo mismo, o su padre, todos somos sujetos, sujetos de una representación precipitada.

Todos hemos experimentado cómo un leve ruido constante se hace consciente al desaparecer. Buenos ejemplos de ello son el sonido de la lavadora o el aspirador. Vivimos entre ruido y no nos damos cuenta. Cuando el ruido cesa nos damos cuenta de que era molesto porque anteriormente era una molestia sorda. Sin lugar a dudas que si alguien hubiese dicho “¡qué pesadez de ruido!” todos compartiríamos la misma molestia. Somos así, ineptos para la filosofía; sólo hay filosofía cuando algo se hace primero a la mente. Es por ello que el sociólogo primero va al ritmo de lo que es primero al ser del tiempo social, lo que condiciona primeramente su concepto.

Los conceptos sociológicos son vacíos si no tienen como primera referencia lo que se da primeramente a la mente que los piensa. Cuando acuden a sus trabajos, ponen la televisión, van al cine, pagan sus facturas o van a comer con sus familias o amigos forman parte de un colectivo psicológico que está formalizado alrededor de un concepto solidario.

La sociología del trabajo comprende un horario, un sistema de retribución, unas metodologías, etc., etc.; las cadenas de televisión se ajustan al público objetivo de sus anunciantes preferentes y lo casan con el posicionamiento estratégico de la cadena, emiten ciertos programas a ciertas horas, etc.; se va al cine a ver las películas de mayor éxito o las que más gustan a determinado colectivo, las que cuentan con ciertas estrellas y ciertos premios, etc.; las facturas se pagan por medio de un recibo bancario en determinada fecha del mes que condiciona el presupuesto familiar; y comen con amigos y familiares en un ritual que se celebra en determinados sitios con determinados protocolos. El objeto común de todo ello es que están condicionados por una forma que hace común su experiencia psíquica: trabajan, ven la televisión, van a cine, pagan, y se reúnen con familiares y amigos.

Si las empresas cierran no hay trabajo al que ir, si no tienen televisión no pueden verla, si no hay estrenos no van al cine, si no tienen teléfono no pagan la factura, y si no conocen a nadie no se reúnen con nadie. No hay concepto solidario sin una psicología que sea común a algo.

Todos nos reconocemos por la mañana en el espejo al peinarnos porque todos nos miramos por la mañana en espejos después de ducharnos para ir peinados. Los espejos y los peinados son mucho más importantes para el sociólogo que las individualidades que se miran en espejos para peinarse; la individualidad es un grado incierto sociológicamente. Sólo hay individuo en la comunidad que lo hace posible.

El individuo es sociológicamente un malentendido de sociólogos con vocación de periodistas. Sólo roba quien tiene algo que robar, pega quien tiene a quién pegar, es infiel quien tiene con quién ser infiel.

El consejo de Sócrates, que diferenciaba al hombre del animal, sobre que nadie se indigna moralmente con un animal sólo dice lo poco que Sócrates pensó sobre la condición moral del hombre y la lógica de su padecer. El hombre se indigna con el mundo con una moral en principio indiscriminada, sin cara, desde sí mismo y con la forma del otro; se reconoce y coge forma en la cara del otro. El hombre, sin el otro, es un encarcelado sin salida. Todos somos irritables, y no hay forma más expresiva de la irritación que la cara del otro. Uno mismo, en este sentido, es una variedad de uno mismo desde la lógica de ser otro. Estrictamente, no hay uno mismo; uno mismo es el encarcelado.

La responsabilidad del individuo, ser uno con su representación, es filosóficamente una injusticia. No hay individuo que no sea psicológico, y la psicología no tiene forma por sí, por la propia pscología. El individuo es parte de un concepto, y la psicología es un grado de diferentes individuos. Pongan en un continuo a muchos individuos y verán hacia dónde van todos: van de unos a otros, y nadie va solo.

Hay en este sentido una teoría esencialmente individualista popularizada por el gran filósofo Friedrich Nietzsche que hace un mundo del individuo, de sí a sí como objeto de creación, un simismo de devernir eterno (ahistórico). Es, quizás, su idea más conocida: la doctrina del superhombre. Es una teoría excitante que es habitualmente enseñada como si se tratase de un héroe de la Marvel, como spider-man o Hulk (la sociología del comic es más una sociología de la cultura y el arte que una sociología del conocimiento). El superhombre no es un héroe sino un mártir de la superación de uno mismo. Superhombre debiera ser traducido al castellano como hombre superior y no como superhombre. A pesar de que el pensador italiano Gianni Vattimo propuso traducir superhombre por ultrahombre, desde una interpretación fenomenológica como la mía preferimos hombre superior, hombre que supera.