martes, 19 de abril de 2011

Moral inmoral

El relativismo viene a ser la posición que sostiene que no hay una única verdad. No hay una verdad sino muchas y, como no hay una verdad, no hay una moral.

Si hubiese una sola verdad no habría forma de contradecirla. Por ejemplo, una prueba de verdad es dar con algo tautológico. Referirnos al esquema de identidad contradice su negación, pero sólo en relación a la constante de su supuesto. No hay identidad por sí sola. Las manzanas son manzanas porque cumplen las condiciones que hacen que un objeto cualquiera sea una manzana. Ser una manzana es una ontología convencional. Si hubiera una sola verdad su contradicción sería falsa. No debiera, pues, haber tanto revuelo. Lo que ha ocurrido es que quienes han defendido la lucha contra el relativismo han sido incapaces de aceptar este problema.

Aquellos que insisten en el problema del relativismo con frecuencia son conservadores de la verdad y la moral. Lo que realmente hacen es negar el problema y, de paso, perpetuarlo.

Con frecuencia, la verdad no es sino una forma aparente de la moral. De aquí se deriva que toda reflexión sobre la verdad sea una cuestión moral. La moral, que es una forma más amplia que la verdad, lo empaña todo. Así es como no se llega a moral cierta alguna con una categoría tan problemática filosóficamente como la verdad, pues se hace límite de sí misma; no es por sí sola sino que, mejor visto, algo la condiciona. La moral es contradictoria con la verdad.

Con la moral en la mano sólo se llega a una verdad contradictoria que limita consigo misma. No hay verdad alguna que no sea múltiple en el objeto de su diversidad. Vg. toda proposición es distinta de sí misma por el simple hecho de ser expresada; ninguna proposición es un mundo aparte, un mundo ideal. Si se pretende una verdad superior, una verdad trascendente, se debiera cuidar de tener bien asentadas las condiciones de su cumplimiento.

Con la verdad en la mano sólo se debe poner esta misma verdad en entredicho. La verdad es un ideal de sí mismo, un sueño de lo que no es. La verdad está más a salvo bajo las condiciones de su incumplimiento que protegida bajo su idealización.

Una verdad expresada en términos de verdad moral, de una moral objetiva o Bien, es una verdad a todas luces problemática.

La moral es un principio que rige la conducta de los distintos hombres. Y está claro que en los hombres está no cumplir con los principios. Así que podríamos dividir a los hombres en hombres morales, hombres de principios, y en hombres inmorales, hombres sin principios.

Teniendo en cuenta que mi mayor preocupación filosófica de los últimos años ha sido la cuestión moral, la especulación sobre su principio, defiendo que la moral es una cuestión incierta en tanto sea la cuestión que comprenda la diversidad de representaciones de los hombres. Un filósofo de la moral tiene que ser un relativista, un cínico y un inmoral. Todos mis grandes maestros en moral así lo eran. Rochefoucauld, Sade, Nietzsche o Wilde eran, sin duda alguna, inmoralistas.

La filosofía moral busca hacer mejor al hombre mirándolo de frente, sin argucias y sin tiempo para argumentos y otros autoengaños. Pero si sometemos al hombre a preguntas difíciles sin tiempo para que piense la respuesta pasamos por alto que el tiempo de respuesta de los hombres no pertenece a un margen cierto sino enormemente incierto; no es verdad sino que es relativo.

No hay moral que no sea una moral entre hombres. Una moral de perros conduciría a una ética radicalmente inhumana. Sería esencialmente una moral irracional. Los perros pueden ser morales en sentido humano, pero es claro que su racionalidad es muy distinta de la racionalidad humana.

La moral ha sido siempre un objeto mucho más travieso que la verdad aun cuando no sean sino lo mismo. La moral es la forma de la verdad en tanto represente al otro. La moral es distancia. La moral es la distancia con el otro y, de paso, con uno mismo.


Un lugar común en este tema es el siguiente. Si no hubiera una verdad a conocer no se podría conocer nada, puesto que conocer es conocer algo; conocer es una acción cognoscitivamente activa, y conocer, por principio, supone que se puede conocer algo; conocer, por tanto, es a priori.

El argumento que acabo de señalar es interesante porque tiene una razón objetiva. Nos indica qué conocer. Durante algunos meses he insistido en él a pesar de que no creo en él. Soy un cínico. Siempre me ha parecido filosóficamente interesante conocer la crítica de mi postura. Permite ser superficial y, a su vez, profundo. Como decía Wilde, sólo los superficiales se conocen a sí mismos.

Se conoce cuando una situación dada se repite. Pero se conoce principalmente cuando uno tiene concepto para la diferencia, cuando uno tiene sitio para lo que no es sólo forma y repetición. El concepto, visto así, es una convención del tiempo, la expectativa de densidad en la que reposa un concepto. Un concepto cualquiera es un mito.

No se conoce sino un límite. Llegados al límite del conocimiento su acción ha de ser su comprensión, que no se haga del conocimiento un objeto idéntico a sí mismo sino distinto de sí mismo en la diversidad en la que ese conocimiento actúa. La experiencia moral ha de ser comprendida, y no sólo conocida porque la moral no se conoce de forma cierta sino incierta. Cuando se habla de conocimiento moral se habla de formas objetivadas de la moral, no de conocimiento moral en sí mismo. Conocimiento moral es conocimiento del límite moral, no moral en sí mismo sino en la distancia. No conocen las cosas por sí solas sin su experiencia. No conocerían nada.

jueves, 7 de abril de 2011

Urgencia de filosofía

A partir de mi reflexión sobre la condición moral a priori y el tema La ilusión moral de Kant, me di cuenta de que generalmente no se ve sentido a la filosofía por la mala educación filosófica o por su enseñanza errónea.

El fundamento de toda conciencia de moralidad posible es especulativo porque es la experiencia de moralidad expresada no sólo con arreglo a un principio de moralidad que supone una experiencia (intencionalmente empírico), sino, a su vez, con arreglo a un principio anterior a su experiencia y, en cierto modo, independiente de ella, todo lo a priori como un problema que se repite y que no se soluciona de una vez. La moral es, a todas luces, desapropiación.

La moral no puede ser un noúmeno, un ser en sí mismo, ni puede ser una máxima abstracta; si la moral es ciertamente ideal es en un sentido muy distinto de una moral ideal, pues hablaríamos de sociología del conocimiento, y no de la filosofía del mismo.

La moral no es de uno; no es una cuestión que se limite a una subjetividad, y no es, por tanto, nada relacionado con un psicologismo moral. La moral, muy al contrario, el la forma a partir de la que se representa el otro; hay otro porque hay, para empezar (a priori o por principio), otro antepuesto.

En demasiados casos, si no se ve nada en la filosofía no es que no haya nada y esté vacía, sino que no hay mente para ella y no hay objeto con el que ver algo. Para ver no es suficiente que haya algo que ver, sino que hay que tener un aparato visual con el que poder ver algo.

Los grandes filósofos y los temas que trataron se estudian en la historia de la filosofía y, asimismo, en la filosofía misma. Es decir, que no se supera, por ejemplo, la reflexión ética de Kant porque la determinación genética supere el imperativo categórico. Más bien, los investigadores de genética debieran desempolvar las cuestiones que siempre han estudiado los filósofos. Siguiendo el ejemplo: ¿en qué reside el sentido de dignidad de un hombre? ¿hay una condición mayor que determine un sentido moral dado que un hombre acepta como su libre decisión y que, por otro lado, es la muestra de que toda decisión está determinada y no puede, por tanto, ser libre?, etc., etc.

No debe sorprender que censurase a de Padra por ser un fanfarrón. A mí de Prada no me gusta, y ya está; él es un medio de mi crítica y no el objeto de mi crítica. Pero es muy peligroso usar a capricho una supuesta crítica a un pensador como Kant si uno no tiene ni idea de por qué Kant es tan importante para algunos filósofos. Como dije hace unos días, es tentador buscar el error de Kant; pero su valor, por el contrario, está en su verdad.

A la vez que expliqué la fanfarronería e ignorancia habitual de demasiados periodistas, leí un artículo de un genetista y lo que denominaba algo así como la dignidad incondicional de lo humano. No decía nada que no estuviese en muchas de las reflexiones típicas de Kant sobre el problema moral (identidad trascendental, carácter inteligible, determinación de un objeto moral a priori con independencia de la subjetividad que la represente, etc.). No se debe acudir a Kant, claro está, buscando citas, máximas, etc. Mi crítica moral a Kant, mejor visto, estribaría en que una moral impuesta no es propiamente moral o moral por sí sola si no tiene una razón moral en la que apoyarse; muy al contrario, es un principio de distancia moral, de modo que el sujeto debe tener una razón moral, no en la dependencia de su distancia psicológica, de una psique que no es propia, sino en el principio moral que la determina, su proximidad, cabalmente, la comunidad que define la moralidad. Así fue que Kant cometió la ligereza de abstraer la moral en lugar de ponerla por principio de toda representación moral.

Yo llegué a un principio moral por intuición, estudios críticos de moralistas y análisis fenomenológicos, a mi modo de ver, muy poco intuitivos. También se puede llegar a un principio moral por medio de la ciencia moderna (neurociencia), pero yo sigo una ruta preferentemente filosófica. Sin esa ruta filosófica no hubiese llegado por mí solo a la distancia.

La distancia, si es que alguien entiende o sigue mis textos, ha llegado con cuentagotas, de forma confusa y demasiado abstracta, con intuiciones inaprensibles que dejaban lugar a demasiada filosofía especulativa, el claro germen de una buena filosofía. De cualquier manera que haya sido, en mis textos de los últimos años (diría que los tres últimos), está escrito que las ideas no son ideas de sí mismas, y que no se crea una idea de la nada, mirando de cara a la intuición.

Si hubiese podido ver la distancia hace años de una vez, no la habría valorado con justicia, sino que sería víctima del fenómeno de la precipitación, el germen filosófico de la distancia, una idea lenta, que se hizo rogar, y que es, por cierto, perfectamente traducible a un lenguaje tan claro y nítido como el matemático. Si hubiese sido una idea clara, habría sido como el pathos de la distancia de Nietzsche, y está claro que poco tienen que ver además de ser distancias. Mi distancia recorre psiques, transita por ellas, para ser, finalmente, cauce de moralidad.

A una idea, a una idea de interés filosófico, se llega confusamente y por lentas aproximaciones. Las ideas han de ser problemáticas para que sean profundas, ideas por las que merezca la pena filosofar.

La tradición filosófica no tenía una verdadera razón moral. Hume, por ejemplo, habla de una simpatía que encanta a algunos neurocientíficos que hacen terriblemente mal de filósofos, pero carecía de concepto para determinarla. Hume no vio nada del límite subjetivo.

Hume no tiene el interés moral de Kant porque Kant sí vio por qué la reflexión moral era problemática: un sujeto no tiene moral si no tiene una moral dada que le sirva de principio. Por ello impuso la moral. El imperativo categórico era una tentativa de solución para determinar la falta de moralidad, una solución a medias que no entraba en la esencia del problema. Pero Kant tuvo conciencia de este problema al hacer una razón moral práctica y no teórica, esto es, la limitaba a ser representación.

Kant no solucionó nada, pero sus ideas son filosóficamente importantes porque se fijó en el límite a partir del que eran un problema. Toda idea a priori está limitada a la representación que de ella se haga.

En el hombre hay una dignidad supuesta que el derecho ha convertido en un límite negativo. Todo derecho es negativo. No hay representaciones de derechos naturales. El derecho natural, por ejemplo, es una petición de principio que se falsea a sí mismo. El derecho es argumentativo y discurre sobre una razón de sí mismo en la que debe insistir como la institución del derecho; no es natural. Si fuese un derecho por sí, no tendría que estar representado en ley alguna, pues sería derecho por sí; sería ley independientemente de la forma que dicha ley tomase. La especulación moral de la filosofía es habitualmente corrompida por todos los que hablan de filosofía sin saber de qué demonios trata.

En muchas ocasiones me pregunto si la filosofía vale para algo. Tengo grandes dudas sobre ello. La parte más angustiosa de la labor creativa de la filosofía es, sin duda alguna, tener en qué pensar. Distancia psicológica podría ser vista como la falta de propiedad de la psique y sus ideas. Particularmente, muy rara vez llego a algo claro. Sólo tengo preguntas (dudas). Pero cuando veo que alguien hace una crítica a la filosofía todas mis dudas desaparecen; reclaman a gritos filosofía. No quiero decir con esto que se deba hacer la filosofía que no se hace, sino que la continuidad de la filosofía está en la crítica de unos mismos problemas. Buena parte de la labor filosófica consiste en poner visión filosófica sobre problemas en los que no se ve filosofía alguna.

Leo con frecuencia en la prensa una admiración por la superioridad de las cuestiones filosófica que me sorprende. Debe ser, creo yo, porque tratan de cuestiones que superan a la gente. También leo una secreta admiración por hombres sentenciosos que no dijeron verdad alguna, sino que, en el mejor de los casos, sólo hablaron de problemas. A mí Kant me es igual, y lo que se diga de él también. Otra cuestión distinta es que neguemos problemas que mostraron los filósofos. A esta negación los chapuceros la llaman superación. Debiera ser la razón de continuidad por la que seguir haciendo filosofía.