martes, 19 de agosto de 2014

Identidad del "yo", "yo" mismo; posibilidad de su contradicción



¿Las posibilidades del “yo” trascendental, el “yo” que conoce y se presta a ser abstraído (*), permanecen idénticas, sin cambio; o el cambio no es sino una fase de la que se sirve la abstracción del “yo”, la posibilidad que ella misma se pone en bandeja (**)? ¿la forma de la que el “yo” se sirve, el soporte que garantiza que sea, está en sí, en el “yo” mismo; o la idea de un soporte del “yo” es una figura hecha a su medida, un modo de insensibilidad a sí?
 

(*) Toda abstracción confía en poder ejercer la sustitución característica de lo abstracto, una inclinación dada; es insensible al resto, permanece "fija" en su "medida", viene con más de lo mismo. La abstracción carece de reflexión interna, en principio, desconoce sus posibilidades. Esto es una idea problemática: el “yo” se abstrae sin conciencia de los límites de su posibilidad; toda abstracción es, pues, una idea especulativa. Para ciertas extensiones, el “yo” no tiene garantías.
 

(**) Si la distancia no fuese tautológica, si fuese sustancial, si no fuese porque parece llevar a un sitio distinto del sitio al que lleva, sería idéntica a su recorrido; su espacio sería el mismo. Obsérvese, en todo caso, que el problema de la distancia no es espacial, sino, mejor visto, relativo a su creatividad y la desigualdad en la que descansa.
 

La creatividad de la distancia fue uno de los brotes que hacen posible una idea a priori de la moral, o, al menos, permiten pensar objetivamente en ella.

lunes, 18 de agosto de 2014

La idea sin hacer de la medida; universal a la espera



La ética no es una cuestión solucionable en absoluto; no hay una medida para ello. Lo contrario de esto, como las éticas aristotélicas y kantianas, va por mal camino; semejantes éticas siempre se esconden de su contradicción. Sin embargo, recuerdo que hace años leyera en alguna obra de Kant una crítica al término medio aristotélico. No he logrado dar con ello, aunque he buscado varias veces en las obras en las que pensé que podría encontrarse (*).

El verano pasado volví a leer Ética a Nicómaco. Pensé que era hora de escribir una nueva ética. Demasiados filósofos han dejado de lado la cuestión de fondo en la que reside la ética, su cuestión misma. 

En la genética del pensamiento hay más espacios que el sitio ocupado por el pensamiento. Mejor visto, sucede al revés, el pensamiento consiste en una suplantación, en una fase tardía y pasiva puesta al revés, esto es, como si fuese activa. La actividad pensante ha de ser una excepción; de lo contrario, la creatividad del pensamiento haría que conocer fuese una irracionalidad de la que no se podría dar cuenta, algo que se daría espontáneamente, algo que se cocería en un sitio indeterminado.

Así, la verdad, no hay quien piense nada; todo tiene apariencia de error, de una trampa en la que se ha caído. ¿No hablé hace años de la figura de Nietzsche de la tela de araña, que atrapa las cosas con su red?

En cierto modo, el análisis lingüístico de Nietzsche, la semiótica afectiva que la moral sustituye, es similar a la que propusiera Peirce. Hay que andar con cuidado con Nietzsche. Es un pensador que no es fácil leer bien (**). Mucho de lo que escribiera no es válido ni es filosofía; sin embargo, conozco pocos pensadores tan sutiles como él. Sin ir más lejos, se apercibió de algunos detalles de los que, todavía, muchos pensadores ni sospechan.

(*) Espero encontrarlo este año. En cualquier caso, aceptar la idea de una medida para el término de un pensamiento es una ligereza. Se acepta el peso de la determinación sin anteponer al mismo una medida que inhiba su contradicción. ¿Una medida sin los términos que relaciona internamente, una medida inactiva?

(**) Nunca se lee demasiado bien.
La lectura es, esencialmente, pasiva; su cuestión será, pues, estar a la altura de su interpretación.


Arrogancia filosófica, pensar hacia delante; selectividad



Hace unas semanas me pasó algo relacionado con el tejido en el que vive determinado filósofo. El filósofo en cuestión era Arthur Schopenhauer. Según una nueva biografía recién publicada, era un cascarrabias y un ególatra. No veo qué tiene que ver nada de eso con su filosofía. 

Siempre he oído decir que su moral era una hipocresía, que practicaba lo contrario de lo que decía. Buenos estamos con semejante crítica, ¡ni que se hubiese ido a una crítica del fundamento de la moral que Schopenhauer proponía! (*)

Yo aprendí con Schopenhauer que más vale ir a las ideas de los filósofos que a arbitrariedades que comentan los que tienen que servirse de ideas de los demás para hacer filosofía. Si la filosofía no está en uno, si uno no tiene cierto carácter filosófico, si uno no tiene un entendimiento, radicalmente, opuesto al de lo demás, apaga y vámonos (**).

Así pues, las biografías y los infinitos detalles que componen la vida de alguien son importantes, incluso, decisivos; pero eso no tiene mucho que ver con su interés filosófico. Si ustedes me conociesen bien, seguro que podrían decir: “claro, por eso dice esto que dice”, una interpretación hecha sin otra idea del pensamiento que la que se tiene delante de las narices, sin nada por pensar que esté a la espera. Las ideas del filósofo tienen valor en tanto puedan dejar atrás al individuo particular que las pensó. Seguro que mi biografía ha condicionado algunas de mis ideas; más seguro todavía es que mis ideas no son mías, sino que han sido tratadas como si hubiesen sido ideas de otro. Me remito más a lo que ya he pensado, como todo lo que haya escrito, que a lo que "yo" pienso, un fase del pensamiento con más interés biográfico que lógico; una fase, dicho así, por hacer.

(*) Una prueba a favor de mi tesis sobre la falta de seriedad de la historia de la filosofía es que sigue más una ruta cuantitativa, de cargar los discursos más o menos, que sustancial y en relación con las cualidades inmediatas que determinan todo primeramente. 

Nunca di demasiada importancia a la moral de Schopenhauer hasta que comprendí que no hay ninguna moral genuina que no vaya acompañada de un fenómeno moral, cierta unidad de medida que haga posible un concepto. La representación moral del sujeto en cuestión, su fase aparente, una manifestación sin dependencia interna, no tiene densidad como para producir una totalidad moral con suficiente permanencia; sería un camino sin recorrido. De lo contrario, de tener la representación de la moral en la representación de la moral misma, sin distancia alguna, sin un ámbito de moralidad, la moral sería una carga que soportarían sujetos que, paradójicamente, carecen de capacidad moral suficiente; la moral la crearía cada uno en su propio ámbito. Así pues, hace falta una garantía que produzca una moral abstracta en la que quepa toda moral y sus muchas posibilidades, su condición extensiva (***).

(**) Entiéndase que está fuera de toda duda la estima que tengo por la historia de la filosofía y las ideas de los demás (****). Ningún filósofo hace la historia de sí mismo. Semejante idea es una absoluta ingenuidad filosófica. Otra cosa distinta es ir todos con el mismo cuento. Los más grandes filósofos son los que se han caracterizado por escribir otro capítulo del cuento, o, al menos, reescribirlo. 

(***) Según mi tesis, estas posibilidades no son infinitas, hay una "selección dada"; de serlo, de no haber una aproximación posible a la infinidad, de ser el infinito positivo, si su posibilidad llevase ventaja a su actualidad, si no hubiese un ámbito de actividad sin lugar para más deliberación, no habría una moral objetiva ni ninguna representación; no habría una conciencia.

Esta crítica de la ética deliberativa, el ámbito de un individuo incierto que se mueve a su anchas, trae consigo un cuestionamiento radical de las categorías que elaboran la idea moral, 

(****) Entiéndase también esto. Mi estima por lo que piensan los demás es poca. Creo, sinceramente, que apenas se piensa, que una idea del pensamiento genuina es un acontecimiento atípico en la vida mental; el resto es fruto de un hábito que, por tanto, dificulta pensar más que promover el pensamiento. Por otro lado, no hago otra cosa que quitar cierto peso al pensamiento en general, o sea, tanto el del resto como el mío. 

No pretendo resultar demasiado arrogante. Para pensar en las ideas de los demás hago uso de un concepto sociológico del que las ideas dependan, o voy a la materia individual que produce toda idea.