Hace
unas semanas me pasó algo relacionado con el tejido en el que vive determinado
filósofo. El filósofo en cuestión era Arthur Schopenhauer. Según una nueva
biografía recién publicada, era un cascarrabias y un ególatra. No veo qué tiene
que ver nada de eso con su filosofía.
Siempre he oído decir que su moral era una hipocresía, que practicaba lo
contrario de lo que decía. Buenos estamos con semejante crítica, ¡ni que se
hubiese ido a una crítica del fundamento de la moral que Schopenhauer proponía!
(*)
Yo aprendí con Schopenhauer que más vale ir a las ideas de los filósofos que a
arbitrariedades que comentan los que tienen que servirse de ideas de los demás
para hacer filosofía. Si la filosofía no está en uno, si uno no tiene cierto
carácter filosófico, si uno no tiene un entendimiento, radicalmente, opuesto al
de lo demás, apaga y vámonos (**).
Así pues, las biografías y los infinitos detalles que componen la vida de
alguien son importantes, incluso, decisivos; pero eso no tiene mucho que ver
con su interés filosófico. Si ustedes me conociesen bien, seguro que podrían
decir: “claro, por eso dice
esto que dice”, una interpretación hecha sin otra idea del pensamiento que
la que se tiene delante de las narices, sin nada por pensar que esté a la
espera. Las ideas del filósofo tienen valor en tanto puedan dejar atrás al
individuo particular que las pensó. Seguro que mi biografía ha condicionado
algunas de mis ideas; más seguro todavía es que mis ideas no son mías, sino que
han sido tratadas como si hubiesen sido ideas de otro. Me remito más a lo que
ya he pensado, como todo lo que haya escrito, que a lo que "yo" pienso, un fase del pensamiento con
más interés biográfico que lógico; una fase, dicho así, por hacer.
(*) Una prueba a favor de mi tesis sobre la falta de seriedad de la historia de
la filosofía es que sigue más una ruta cuantitativa, de cargar los discursos
más o menos, que sustancial y en relación con las cualidades inmediatas que
determinan todo primeramente.
Nunca di demasiada importancia a la moral de Schopenhauer hasta que comprendí
que no hay ninguna moral genuina que no vaya acompañada de un fenómeno moral,
cierta unidad de medida que haga posible un concepto. La representación moral
del sujeto en cuestión, su fase aparente, una manifestación sin dependencia
interna, no tiene densidad como para producir una totalidad moral con
suficiente permanencia; sería un camino
sin recorrido. De lo contrario, de tener la representación de la moral en
la representación de la moral misma, sin distancia alguna, sin un ámbito de
moralidad, la moral sería una carga que soportarían sujetos que,
paradójicamente, carecen de capacidad moral suficiente; la moral la crearía
cada uno en su propio ámbito. Así pues, hace falta una garantía que produzca
una moral abstracta en la que quepa toda moral y sus muchas posibilidades, su
condición extensiva (***).
(**) Entiéndase que está fuera de toda duda la estima que tengo por la historia
de la filosofía y las ideas de los demás (****). Ningún filósofo hace la
historia de sí mismo. Semejante idea es una absoluta ingenuidad filosófica.
Otra cosa distinta es ir todos con el mismo cuento. Los más grandes filósofos
son los que se han caracterizado por escribir otro capítulo del cuento, o, al
menos, reescribirlo.
(***) Según mi tesis, estas posibilidades no son infinitas, hay una "selección dada"; de
serlo, de no haber una aproximación posible a la infinidad, de ser el infinito
positivo, si su posibilidad llevase ventaja a su actualidad, si no hubiese un
ámbito de actividad sin lugar para más deliberación, no habría una moral
objetiva ni ninguna representación; no habría una conciencia.
Esta crítica de la ética deliberativa, el ámbito de un individuo incierto que se mueve a su anchas, trae consigo
un cuestionamiento radical de las categorías que elaboran la idea moral,
(****) Entiéndase también esto. Mi estima por lo que piensan los demás es poca.
Creo, sinceramente, que apenas se piensa, que una idea del pensamiento genuina
es un acontecimiento atípico en la vida mental; el resto es fruto de un hábito
que, por tanto, dificulta pensar más que promover el pensamiento. Por otro
lado, no hago otra cosa que quitar cierto peso al pensamiento en general, o
sea, tanto el del resto como el mío.
No pretendo resultar demasiado arrogante. Para pensar en las ideas de los demás
hago uso de un concepto sociológico del que las ideas dependan, o voy a la
materia individual que produce toda idea.