viernes, 3 de octubre de 2014
lunes, 15 de septiembre de 2014
Actualidad y retardo
Hace unos
días leí en un libro de Brentano en el que decía que Kant y la filosofía
alemana habían sido víctimas del escepticismo. La idea era criticar que no se
pudiese conocer la "cosa en sí", cuestionar que la
cosa en sí fuese una idea inasible que sólo se pudiese alcanzar negativamente,
por sucesivos pasos. Se cuestiona si la determinación está hecha de lo
negativo, si toda determinación es negativa (*); o si, por el contrario, en la
negatividad hay lugar para una afirmación de suyo, esto es, independientemente
de lo negativo (**) .
A decir verdad, la lectura de Brentano es excitante. Es de los pocos filósofos que deja a uno con la boca abierta, o, dicho con más finura filosófica, que trae una idea de alguna novedad y frescura (***).
(**) Este
movimiento ha de traer algo consigo, ser positivo y tener la capacidad de
extenderse; es lo que su abstracción aporta, que ponga más de lo que se quita
y, por tanto, aporte algo.
Llegados a cierto punto, no se puede avanzar por contrastes, moviéndose de un lado al otro sin un ámbito del que el movimiento se sirva. La avanzabilidad no avanza dialécticamente; su avance, en el mejor de los casos, es una fase aparente destinada a pasar sin dejar nada consigo. Si los lados que hacen posible el avance están en igualdad de condiciones, si pesan lo mismo, el avance no sería otra cosa que una mediación que no mediaría nada; sería una actividad aparente, una síntesis superficial que no aportaría nada; el avance no puede quedarse a la sombra, detrás; su aproximación ha dar un paso hacia delante. La posibilidad es un paso especulativo, no pisa tierra firme, está, por tanto, a la espera; por el contrario, su actualidad, cuando no hay vuelta atrás, no es una aproximación regresiva a sí, el peso de lo que tiene detrás no pesa lo mismo que lo que tiene delante; dicho así, lo que está delante se viene encima.
El sí mismo no es un “sí-mismo”, una estancia que no ocupa sito, un ámbito sin nada, una determinabilidad sin determinación. Lo abstracto tiende a distanciarse de su origen. La cosa en sí no es una cosa que esté en otra parte que en las posibilidades en juego; su posibilidad es el objeto de especulación, que, dicho con otros términos, su concepto comprenda toda posibilidad, el universal del que la posibilidad depende.
La abstracción, por sí sola, descansa en una falta, en la expectativa de que su afirmación se reafirme; dicho de otra manera, que su posición se mantenga sin un ámbito del que brote el mantenimiento. La determinación no es un paso abstracto, contrapuesto a algo que es inmediatamente sustituido por nada.
(***) Brentano era un filósofo con un estilo modesto, parece no pisar demasiado fuerte. Se consideraba a sí mismo sólo un “historiador de la filosofía”. Sin embargo, la modestia de su estilo no es más que apariencia. La historia de la que hablaba no era la que se lee en los libros de filosofía. Brentano hace retroceder la mayor parte de los términos de los que trata hasta ponerlos al día, “actualizarlos”; amplía los términos en sus posibilidades, los extiende hacia sí, los densifica. No se deja llevar por fases históricas que confundan el sentido de la historia de la filosofía; el sentido de la historia de la filosofía está en que la filosofía permanezca actual, que siga estando, esté, pues, presente (*****).
(*****) Que la historia está compuesta de fases es tautológico, no dice nada nuevo: las fases son los pasos que la historia da. Lo importante está en dar con el detalle, qué hace que la historia sea especial y, llegado el momento, se decline hacia un lado.
El sentido de la historia es una pregunta a la que no se puede ir directamente, su determinación no va a un paso que esté a la altura del esquema mediante el que la historia es experimentada y, por tanto, pensada; muy al contrario, pensar la historia exige cierto retardo, cierta distancia temporal.
La historia de la filosofía, sin embargo, no es la historia de su éxito y el grado de aceptación de sus ideas. Las ideas filosóficas, por el proceso de elaboración del que dependen, van por delante del tiempo en el que se da su éxito.
A decir verdad, la lectura de Brentano es excitante. Es de los pocos filósofos que deja a uno con la boca abierta, o, dicho con más finura filosófica, que trae una idea de alguna novedad y frescura (***).
(*)
Hace meses me serví de la idea de Spinoza acerca de la esencia negativa de toda
determinación. Lo hice para cuestionar que la afirmación no tuviese deudas, si
la afirmación no se reafirmaba sin servirse de nada distinto de sí; si, para
pensar de otra manera, la afirmación se opone a la extensión del concepto a la
espera, si la reafirmación no es sino su ocultamiento (****).
Llegados a cierto punto, no se puede avanzar por contrastes, moviéndose de un lado al otro sin un ámbito del que el movimiento se sirva. La avanzabilidad no avanza dialécticamente; su avance, en el mejor de los casos, es una fase aparente destinada a pasar sin dejar nada consigo. Si los lados que hacen posible el avance están en igualdad de condiciones, si pesan lo mismo, el avance no sería otra cosa que una mediación que no mediaría nada; sería una actividad aparente, una síntesis superficial que no aportaría nada; el avance no puede quedarse a la sombra, detrás; su aproximación ha dar un paso hacia delante. La posibilidad es un paso especulativo, no pisa tierra firme, está, por tanto, a la espera; por el contrario, su actualidad, cuando no hay vuelta atrás, no es una aproximación regresiva a sí, el peso de lo que tiene detrás no pesa lo mismo que lo que tiene delante; dicho así, lo que está delante se viene encima.
El sí mismo no es un “sí-mismo”, una estancia que no ocupa sito, un ámbito sin nada, una determinabilidad sin determinación. Lo abstracto tiende a distanciarse de su origen. La cosa en sí no es una cosa que esté en otra parte que en las posibilidades en juego; su posibilidad es el objeto de especulación, que, dicho con otros términos, su concepto comprenda toda posibilidad, el universal del que la posibilidad depende.
La abstracción, por sí sola, descansa en una falta, en la expectativa de que su afirmación se reafirme; dicho de otra manera, que su posición se mantenga sin un ámbito del que brote el mantenimiento. La determinación no es un paso abstracto, contrapuesto a algo que es inmediatamente sustituido por nada.
(***) Brentano era un filósofo con un estilo modesto, parece no pisar demasiado fuerte. Se consideraba a sí mismo sólo un “historiador de la filosofía”. Sin embargo, la modestia de su estilo no es más que apariencia. La historia de la que hablaba no era la que se lee en los libros de filosofía. Brentano hace retroceder la mayor parte de los términos de los que trata hasta ponerlos al día, “actualizarlos”; amplía los términos en sus posibilidades, los extiende hacia sí, los densifica. No se deja llevar por fases históricas que confundan el sentido de la historia de la filosofía; el sentido de la historia de la filosofía está en que la filosofía permanezca actual, que siga estando, esté, pues, presente (*****).
(****) El
ocultamiento sale a la luz, se pone de manifiesto, mediante una figura,
mediante un proceso que ponga las cosas a la altura debida: la forma
inmediatamente inversa, pensar las cosas tal y como son pensadas.
(*****) Que la historia está compuesta de fases es tautológico, no dice nada nuevo: las fases son los pasos que la historia da. Lo importante está en dar con el detalle, qué hace que la historia sea especial y, llegado el momento, se decline hacia un lado.
El sentido de la historia es una pregunta a la que no se puede ir directamente, su determinación no va a un paso que esté a la altura del esquema mediante el que la historia es experimentada y, por tanto, pensada; muy al contrario, pensar la historia exige cierto retardo, cierta distancia temporal.
La historia de la filosofía, sin embargo, no es la historia de su éxito y el grado de aceptación de sus ideas. Las ideas filosóficas, por el proceso de elaboración del que dependen, van por delante del tiempo en el que se da su éxito.
lunes, 8 de septiembre de 2014
Ser mismo y regresión evidente
Si la verdad
va acompañada de algo “evidenciante” (*), de un impulso de la intuición a verse
satisfecha, a encontrar aprobación inmediata, esto es, sin necesidad de
cuestionarse más.
(*) "Evidenciante" significa que es evidente, se hace
evidente. La "evencialidad", para reírme de mí mismo, o, dicho con
mayor humildad filosófica, lo que otorga evidencia, sería un ámbito con poderes
misteriosos, un impulso que, sin artificio, no se corresponde consigo mismo. Se
recorre un camino con más espacio por recorrer del recorrido; algunos espacios
se quedan sin andar, su paso va a cuestas.
Un juicio verdadero no es lo opuesto a un juicio falso, el ámbito de lo verdadero está implícito en toda existencia; la verdad, que es más amplia que lo verdadero, debiera ser absoluta, se afirma de golpe, va consigo (**).
La “evidencia intuitiva” es un predicado simple de verdad inmediata en el que la verdad, por tanto, se muestra por sí sola. Hace tiempo mostré mis sospechas hacia semejante expresión.
La preferencia del ámbito contemplativo, ver las cosas por sus ideas, por el ser mismo del que dependen, no puede dejarse caer en trucos del lenguaje acomodando el pensamiento de tal forma que lo inhiban y lo suplanten.
(**) Prefiero dejar
la afirmación para el ámbito inmediato, y la reafirmación para el mediato; uno
está hecho, sigue una regla, el otro está por hacer.Un juicio verdadero no es lo opuesto a un juicio falso, el ámbito de lo verdadero está implícito en toda existencia; la verdad, que es más amplia que lo verdadero, debiera ser absoluta, se afirma de golpe, va consigo (**).
La “evidencia intuitiva” es un predicado simple de verdad inmediata en el que la verdad, por tanto, se muestra por sí sola. Hace tiempo mostré mis sospechas hacia semejante expresión.
La preferencia del ámbito contemplativo, ver las cosas por sus ideas, por el ser mismo del que dependen, no puede dejarse caer en trucos del lenguaje acomodando el pensamiento de tal forma que lo inhiban y lo suplanten.
miércoles, 3 de septiembre de 2014
Falta que mueve la representación
Habitualmente,
me sirvo de las notas para dejar un espacio abierto, para señalar por dónde se
podrían ampliar ciertas cuestiones. En cierto modo, el mayor interés que mis
textos pudieran tener se limita a las notas.
Hace unos días añadí una nota en la que decía que “la representación no puede cargar con todo el peso de lo representado”. Esta falta de proporción, que la representación sea más amplia que lo representado, reside en una desigualdad activa, lo desigual está en ventaja, lo igual queda atrás; lo que está pasando ocupa más espacio del que parece estar ocupando, se abre paso por encima de lo que tiene delante; dicho de otra forma, viene pisando.
Lo que tenía en mente era cuestionar lo abstracto desde uno de los ámbitos en los que está en desventaja, el de la experiencia moral. La experiencia moral difiere del resto de experiencias en su peso específico; su peso no es abstracto, no pesa lo suficiente, no pesa lo que representa (*).
Cuando hablo de lo abstracto me pregunto si lo abstracto es, simplemente, un sustituto; me pregunto si la actividad mediante la que se produce, el antecedente más inmediato al que se remite, está a la altura de lo que se espera sin dejar nada de lado; si su experiencia está a la altura de la expectativa (**).
(*) Critico lo abstracto en tanto permanezca fijo, en tanto sea formal, en tanto esté más orientado a cumplir su expectativa que a adelantarse a la urgencia que mueve la expectativa.
(**) La cuestión podría ser vista de esta manera: si la actualidad es igual que la actividad, o si sólo son iguales en el aprovechamiento de una posibilidad, en un ámbito lingüístico a la espera de ser, lo más rápido posible, satisfecho.
Se entenderá que rechace todo pensamiento alineado al lenguaje por ser esencialmente representativo y estar más orientado hacia atrás que hacia delante, por ser más regresivo que generativo.´
El hombre, en general, carece de sensibilidad para lo que se haya más lejos de lo que está agrupado mediante la forma a la que está más inmediatamente dispuesto; esto es, no ve más que lo que tiene delante de las narices (***).
La esencia de la sensibilidad no está en la relación formal de la que depende; por ese camino, recorriendo el proceso que la ha producido, no irá mucho más lejos del sitio del ha partido (****).
El problema de todo pensamiento formal está en que en la falta de actividad de su esquematismo, para decirlo de manera kantiana; surge así la necesidad de una materia que dé contenido al esquematismo. Así pues, el instante material cae en cierto círculo vicioso, el mismo en el que caía la forma con su esquematismo.
El movimiento habitual en este ámbito de dependencia, mirar hacia un sitio determinado, "mirar hacia donde mira la conciencia", finalmente, no se mueve de otra manera que la que viene condionada por el sitio en el que está.
La afirmación de todo empeño metafísico, que hay cierta permanencia en el ser, es una afirmación negativa, avanza borrando sus huellas. Ni avanza ni avanzará jamás, pone algo donde lo quita, cambia un sitio por otro para dejar todo igual.
De no haber posibilidad de abstraer, de no poder sustituir unas cosas por otras, no habría lugar a la conciencia (*****). Sin embargo, lo que trae consigo la abstracción, su posibilidad, no es la capacidad sustitutoria, un engañabobos, sino la extensión que pone en bandeja, el ámbito al que no llega y el sitio en el que está a la espera.
(***) Esta arrogancia no es una cuestión de estilo, no es un matiz del autor del texto. Me refiero al problema de la relación entre la experiencia, sus antecedentes y, entretanto, la actividad de la conciencia (el cogito).
(****) Me sirvo de la idea de la falta de movimiento genuino del “ir” porque no contiene ninguna idea, su extensión no recorre más que un ámbito formal, el "sitio recorrido"; sucede al revés, su recorrido es un vacío de idea, un asentamiento en un sitio por el que, cabalmente, se cuela como si no se hubiese colado por sitio alguno (******).
(*****) Esta reflexión sobre la conciencia pretende abir espacio. No se trata de un cogito cartesiano hinchado de vanidad, una razón ilegal y, finalmente, sinrazón; tampoco es una conciencia fenomenológica que haga una totalidad de sustantivizar las partes y recomponerlas, ponerlas a la altura, el endiosamiento de un error de cálculo; acaso, esté más cerca de una conciencia viviente, esto sería, auténticamente activa (******).
(******) A pesar de defender la necesidad de un cuestionamiento de las primeras determinaciones del pensamiento, estas son, las categorías y las abstracciones que van con ellas, considero más necesario aún la reflexión sobre el ámbito de dependencia y las formas a las que la esencia se adapta y en las que pierde su poder.
(******) Aunque no me sumo a muchas de las reglas de Husserl, admito cierto interés radical en el ámbito viviente del que toda conciencia depende: que su experiencia no llega de la nada, caída del cielo. Ahora bien, esto no me alínea a la reflexión "vivencial" y la supuesta ventaja de estar en "primer plano". De ser así, de haber un primer plano, el problema de la conciencia se anularía a sí mismo a cada instante; caería en su propia red, en una trama categorial sin suficiente espacio para abrazar su extensión.
Hace unos días añadí una nota en la que decía que “la representación no puede cargar con todo el peso de lo representado”. Esta falta de proporción, que la representación sea más amplia que lo representado, reside en una desigualdad activa, lo desigual está en ventaja, lo igual queda atrás; lo que está pasando ocupa más espacio del que parece estar ocupando, se abre paso por encima de lo que tiene delante; dicho de otra forma, viene pisando.
Lo que tenía en mente era cuestionar lo abstracto desde uno de los ámbitos en los que está en desventaja, el de la experiencia moral. La experiencia moral difiere del resto de experiencias en su peso específico; su peso no es abstracto, no pesa lo suficiente, no pesa lo que representa (*).
Cuando hablo de lo abstracto me pregunto si lo abstracto es, simplemente, un sustituto; me pregunto si la actividad mediante la que se produce, el antecedente más inmediato al que se remite, está a la altura de lo que se espera sin dejar nada de lado; si su experiencia está a la altura de la expectativa (**).
(*) Critico lo abstracto en tanto permanezca fijo, en tanto sea formal, en tanto esté más orientado a cumplir su expectativa que a adelantarse a la urgencia que mueve la expectativa.
(**) La cuestión podría ser vista de esta manera: si la actualidad es igual que la actividad, o si sólo son iguales en el aprovechamiento de una posibilidad, en un ámbito lingüístico a la espera de ser, lo más rápido posible, satisfecho.
Se entenderá que rechace todo pensamiento alineado al lenguaje por ser esencialmente representativo y estar más orientado hacia atrás que hacia delante, por ser más regresivo que generativo.´
El hombre, en general, carece de sensibilidad para lo que se haya más lejos de lo que está agrupado mediante la forma a la que está más inmediatamente dispuesto; esto es, no ve más que lo que tiene delante de las narices (***).
La esencia de la sensibilidad no está en la relación formal de la que depende; por ese camino, recorriendo el proceso que la ha producido, no irá mucho más lejos del sitio del ha partido (****).
El problema de todo pensamiento formal está en que en la falta de actividad de su esquematismo, para decirlo de manera kantiana; surge así la necesidad de una materia que dé contenido al esquematismo. Así pues, el instante material cae en cierto círculo vicioso, el mismo en el que caía la forma con su esquematismo.
El movimiento habitual en este ámbito de dependencia, mirar hacia un sitio determinado, "mirar hacia donde mira la conciencia", finalmente, no se mueve de otra manera que la que viene condionada por el sitio en el que está.
La afirmación de todo empeño metafísico, que hay cierta permanencia en el ser, es una afirmación negativa, avanza borrando sus huellas. Ni avanza ni avanzará jamás, pone algo donde lo quita, cambia un sitio por otro para dejar todo igual.
De no haber posibilidad de abstraer, de no poder sustituir unas cosas por otras, no habría lugar a la conciencia (*****). Sin embargo, lo que trae consigo la abstracción, su posibilidad, no es la capacidad sustitutoria, un engañabobos, sino la extensión que pone en bandeja, el ámbito al que no llega y el sitio en el que está a la espera.
(***) Esta arrogancia no es una cuestión de estilo, no es un matiz del autor del texto. Me refiero al problema de la relación entre la experiencia, sus antecedentes y, entretanto, la actividad de la conciencia (el cogito).
(****) Me sirvo de la idea de la falta de movimiento genuino del “ir” porque no contiene ninguna idea, su extensión no recorre más que un ámbito formal, el "sitio recorrido"; sucede al revés, su recorrido es un vacío de idea, un asentamiento en un sitio por el que, cabalmente, se cuela como si no se hubiese colado por sitio alguno (******).
(*****) Esta reflexión sobre la conciencia pretende abir espacio. No se trata de un cogito cartesiano hinchado de vanidad, una razón ilegal y, finalmente, sinrazón; tampoco es una conciencia fenomenológica que haga una totalidad de sustantivizar las partes y recomponerlas, ponerlas a la altura, el endiosamiento de un error de cálculo; acaso, esté más cerca de una conciencia viviente, esto sería, auténticamente activa (******).
(******) A pesar de defender la necesidad de un cuestionamiento de las primeras determinaciones del pensamiento, estas son, las categorías y las abstracciones que van con ellas, considero más necesario aún la reflexión sobre el ámbito de dependencia y las formas a las que la esencia se adapta y en las que pierde su poder.
(******) Aunque no me sumo a muchas de las reglas de Husserl, admito cierto interés radical en el ámbito viviente del que toda conciencia depende: que su experiencia no llega de la nada, caída del cielo. Ahora bien, esto no me alínea a la reflexión "vivencial" y la supuesta ventaja de estar en "primer plano". De ser así, de haber un primer plano, el problema de la conciencia se anularía a sí mismo a cada instante; caería en su propia red, en una trama categorial sin suficiente espacio para abrazar su extensión.
martes, 19 de agosto de 2014
Identidad del "yo", "yo" mismo; posibilidad de su contradicción
¿Las posibilidades del “yo” trascendental, el “yo” que
conoce y se presta a ser abstraído (*), permanecen idénticas, sin cambio; o el cambio
no es sino una fase de la que se sirve la abstracción del “yo”, la posibilidad
que ella misma se pone en bandeja (**)? ¿la forma de la que el “yo” se sirve,
el soporte que garantiza que sea, está en sí, en el “yo” mismo; o la idea de un
soporte del “yo” es una figura hecha a su medida, un modo de insensibilidad a
sí?
(*) Toda abstracción confía en poder ejercer la sustitución característica de lo abstracto, una inclinación dada; es insensible al resto, permanece "fija" en su "medida", viene con más de lo mismo. La abstracción carece de reflexión interna, en principio, desconoce sus posibilidades. Esto es una idea problemática: el “yo” se abstrae sin conciencia de los límites de su posibilidad; toda abstracción es, pues, una idea especulativa. Para ciertas extensiones, el “yo” no tiene garantías.
(**) Si la distancia no fuese tautológica, si fuese sustancial, si no fuese porque parece llevar a un sitio distinto del sitio al que lleva, sería idéntica a su recorrido; su espacio sería el mismo. Obsérvese, en todo caso, que el problema de la distancia no es espacial, sino, mejor visto, relativo a su creatividad y la desigualdad en la que descansa.
La creatividad de la distancia fue uno de los brotes que hacen posible una idea a priori de la moral, o, al menos, permiten pensar objetivamente en ella.
(*) Toda abstracción confía en poder ejercer la sustitución característica de lo abstracto, una inclinación dada; es insensible al resto, permanece "fija" en su "medida", viene con más de lo mismo. La abstracción carece de reflexión interna, en principio, desconoce sus posibilidades. Esto es una idea problemática: el “yo” se abstrae sin conciencia de los límites de su posibilidad; toda abstracción es, pues, una idea especulativa. Para ciertas extensiones, el “yo” no tiene garantías.
(**) Si la distancia no fuese tautológica, si fuese sustancial, si no fuese porque parece llevar a un sitio distinto del sitio al que lleva, sería idéntica a su recorrido; su espacio sería el mismo. Obsérvese, en todo caso, que el problema de la distancia no es espacial, sino, mejor visto, relativo a su creatividad y la desigualdad en la que descansa.
La creatividad de la distancia fue uno de los brotes que hacen posible una idea a priori de la moral, o, al menos, permiten pensar objetivamente en ella.
lunes, 18 de agosto de 2014
La idea sin hacer de la medida; universal a la espera
La
ética no es una cuestión solucionable en absoluto; no hay una medida para ello.
Lo contrario de esto, como las éticas aristotélicas y kantianas, va por mal
camino; semejantes éticas siempre se esconden de su contradicción. Sin embargo,
recuerdo que hace años leyera en alguna obra de Kant una crítica al término
medio aristotélico. No he logrado dar con ello, aunque he buscado varias veces
en las obras en las que pensé que podría encontrarse (*).
El verano pasado volví a leer Ética a Nicómaco. Pensé que era hora de escribir una nueva ética. Demasiados filósofos han dejado de lado la cuestión de fondo en la que reside la ética, su cuestión misma.
En la genética del pensamiento hay más espacios que el sitio ocupado por el pensamiento. Mejor visto, sucede al revés, el pensamiento consiste en una suplantación, en una fase tardía y pasiva puesta al revés, esto es, como si fuese activa. La actividad pensante ha de ser una excepción; de lo contrario, la creatividad del pensamiento haría que conocer fuese una irracionalidad de la que no se podría dar cuenta, algo que se daría espontáneamente, algo que se cocería en un sitio indeterminado.
Así, la verdad, no hay quien piense nada; todo tiene apariencia de error, de una trampa en la que se ha caído. ¿No hablé hace años de la figura de Nietzsche de la tela de araña, que atrapa las cosas con su red?
En cierto modo, el análisis lingüístico de Nietzsche, la semiótica afectiva que la moral sustituye, es similar a la que propusiera Peirce. Hay que andar con cuidado con Nietzsche. Es un pensador que no es fácil leer bien (**). Mucho de lo que escribiera no es válido ni es filosofía; sin embargo, conozco pocos pensadores tan sutiles como él. Sin ir más lejos, se apercibió de algunos detalles de los que, todavía, muchos pensadores ni sospechan.
(*) Espero encontrarlo este año. En cualquier caso, aceptar la idea de una medida para el término de un pensamiento es una ligereza. Se acepta el peso de la determinación sin anteponer al mismo una medida que inhiba su contradicción. ¿Una medida sin los términos que relaciona internamente, una medida inactiva?
(**) Nunca se lee demasiado bien. La lectura es, esencialmente, pasiva; su cuestión será, pues, estar a la altura de su interpretación.
El verano pasado volví a leer Ética a Nicómaco. Pensé que era hora de escribir una nueva ética. Demasiados filósofos han dejado de lado la cuestión de fondo en la que reside la ética, su cuestión misma.
En la genética del pensamiento hay más espacios que el sitio ocupado por el pensamiento. Mejor visto, sucede al revés, el pensamiento consiste en una suplantación, en una fase tardía y pasiva puesta al revés, esto es, como si fuese activa. La actividad pensante ha de ser una excepción; de lo contrario, la creatividad del pensamiento haría que conocer fuese una irracionalidad de la que no se podría dar cuenta, algo que se daría espontáneamente, algo que se cocería en un sitio indeterminado.
Así, la verdad, no hay quien piense nada; todo tiene apariencia de error, de una trampa en la que se ha caído. ¿No hablé hace años de la figura de Nietzsche de la tela de araña, que atrapa las cosas con su red?
En cierto modo, el análisis lingüístico de Nietzsche, la semiótica afectiva que la moral sustituye, es similar a la que propusiera Peirce. Hay que andar con cuidado con Nietzsche. Es un pensador que no es fácil leer bien (**). Mucho de lo que escribiera no es válido ni es filosofía; sin embargo, conozco pocos pensadores tan sutiles como él. Sin ir más lejos, se apercibió de algunos detalles de los que, todavía, muchos pensadores ni sospechan.
(*) Espero encontrarlo este año. En cualquier caso, aceptar la idea de una medida para el término de un pensamiento es una ligereza. Se acepta el peso de la determinación sin anteponer al mismo una medida que inhiba su contradicción. ¿Una medida sin los términos que relaciona internamente, una medida inactiva?
(**) Nunca se lee demasiado bien. La lectura es, esencialmente, pasiva; su cuestión será, pues, estar a la altura de su interpretación.
Arrogancia filosófica, pensar hacia delante; selectividad
Hace
unas semanas me pasó algo relacionado con el tejido en el que vive determinado
filósofo. El filósofo en cuestión era Arthur Schopenhauer. Según una nueva
biografía recién publicada, era un cascarrabias y un ególatra. No veo qué tiene
que ver nada de eso con su filosofía.
Siempre he oído decir que su moral era una hipocresía, que practicaba lo contrario de lo que decía. Buenos estamos con semejante crítica, ¡ni que se hubiese ido a una crítica del fundamento de la moral que Schopenhauer proponía! (*)
Yo aprendí con Schopenhauer que más vale ir a las ideas de los filósofos que a arbitrariedades que comentan los que tienen que servirse de ideas de los demás para hacer filosofía. Si la filosofía no está en uno, si uno no tiene cierto carácter filosófico, si uno no tiene un entendimiento, radicalmente, opuesto al de lo demás, apaga y vámonos (**).
Así pues, las biografías y los infinitos detalles que componen la vida de alguien son importantes, incluso, decisivos; pero eso no tiene mucho que ver con su interés filosófico. Si ustedes me conociesen bien, seguro que podrían decir: “claro, por eso dice esto que dice”, una interpretación hecha sin otra idea del pensamiento que la que se tiene delante de las narices, sin nada por pensar que esté a la espera. Las ideas del filósofo tienen valor en tanto puedan dejar atrás al individuo particular que las pensó. Seguro que mi biografía ha condicionado algunas de mis ideas; más seguro todavía es que mis ideas no son mías, sino que han sido tratadas como si hubiesen sido ideas de otro. Me remito más a lo que ya he pensado, como todo lo que haya escrito, que a lo que "yo" pienso, un fase del pensamiento con más interés biográfico que lógico; una fase, dicho así, por hacer.
(*) Una prueba a favor de mi tesis sobre la falta de seriedad de la historia de la filosofía es que sigue más una ruta cuantitativa, de cargar los discursos más o menos, que sustancial y en relación con las cualidades inmediatas que determinan todo primeramente.
Nunca di demasiada importancia a la moral de Schopenhauer hasta que comprendí que no hay ninguna moral genuina que no vaya acompañada de un fenómeno moral, cierta unidad de medida que haga posible un concepto. La representación moral del sujeto en cuestión, su fase aparente, una manifestación sin dependencia interna, no tiene densidad como para producir una totalidad moral con suficiente permanencia; sería un camino sin recorrido. De lo contrario, de tener la representación de la moral en la representación de la moral misma, sin distancia alguna, sin un ámbito de moralidad, la moral sería una carga que soportarían sujetos que, paradójicamente, carecen de capacidad moral suficiente; la moral la crearía cada uno en su propio ámbito. Así pues, hace falta una garantía que produzca una moral abstracta en la que quepa toda moral y sus muchas posibilidades, su condición extensiva (***).
(**) Entiéndase que está fuera de toda duda la estima que tengo por la historia de la filosofía y las ideas de los demás (****). Ningún filósofo hace la historia de sí mismo. Semejante idea es una absoluta ingenuidad filosófica. Otra cosa distinta es ir todos con el mismo cuento. Los más grandes filósofos son los que se han caracterizado por escribir otro capítulo del cuento, o, al menos, reescribirlo.
(***) Según mi tesis, estas posibilidades no son infinitas, hay una "selección dada"; de serlo, de no haber una aproximación posible a la infinidad, de ser el infinito positivo, si su posibilidad llevase ventaja a su actualidad, si no hubiese un ámbito de actividad sin lugar para más deliberación, no habría una moral objetiva ni ninguna representación; no habría una conciencia.
Esta crítica de la ética deliberativa, el ámbito de un individuo incierto que se mueve a su anchas, trae consigo un cuestionamiento radical de las categorías que elaboran la idea moral,
(****) Entiéndase también esto. Mi estima por lo que piensan los demás es poca. Creo, sinceramente, que apenas se piensa, que una idea del pensamiento genuina es un acontecimiento atípico en la vida mental; el resto es fruto de un hábito que, por tanto, dificulta pensar más que promover el pensamiento. Por otro lado, no hago otra cosa que quitar cierto peso al pensamiento en general, o sea, tanto el del resto como el mío.
No pretendo resultar demasiado arrogante. Para pensar en las ideas de los demás hago uso de un concepto sociológico del que las ideas dependan, o voy a la materia individual que produce toda idea.
Siempre he oído decir que su moral era una hipocresía, que practicaba lo contrario de lo que decía. Buenos estamos con semejante crítica, ¡ni que se hubiese ido a una crítica del fundamento de la moral que Schopenhauer proponía! (*)
Yo aprendí con Schopenhauer que más vale ir a las ideas de los filósofos que a arbitrariedades que comentan los que tienen que servirse de ideas de los demás para hacer filosofía. Si la filosofía no está en uno, si uno no tiene cierto carácter filosófico, si uno no tiene un entendimiento, radicalmente, opuesto al de lo demás, apaga y vámonos (**).
Así pues, las biografías y los infinitos detalles que componen la vida de alguien son importantes, incluso, decisivos; pero eso no tiene mucho que ver con su interés filosófico. Si ustedes me conociesen bien, seguro que podrían decir: “claro, por eso dice esto que dice”, una interpretación hecha sin otra idea del pensamiento que la que se tiene delante de las narices, sin nada por pensar que esté a la espera. Las ideas del filósofo tienen valor en tanto puedan dejar atrás al individuo particular que las pensó. Seguro que mi biografía ha condicionado algunas de mis ideas; más seguro todavía es que mis ideas no son mías, sino que han sido tratadas como si hubiesen sido ideas de otro. Me remito más a lo que ya he pensado, como todo lo que haya escrito, que a lo que "yo" pienso, un fase del pensamiento con más interés biográfico que lógico; una fase, dicho así, por hacer.
(*) Una prueba a favor de mi tesis sobre la falta de seriedad de la historia de la filosofía es que sigue más una ruta cuantitativa, de cargar los discursos más o menos, que sustancial y en relación con las cualidades inmediatas que determinan todo primeramente.
Nunca di demasiada importancia a la moral de Schopenhauer hasta que comprendí que no hay ninguna moral genuina que no vaya acompañada de un fenómeno moral, cierta unidad de medida que haga posible un concepto. La representación moral del sujeto en cuestión, su fase aparente, una manifestación sin dependencia interna, no tiene densidad como para producir una totalidad moral con suficiente permanencia; sería un camino sin recorrido. De lo contrario, de tener la representación de la moral en la representación de la moral misma, sin distancia alguna, sin un ámbito de moralidad, la moral sería una carga que soportarían sujetos que, paradójicamente, carecen de capacidad moral suficiente; la moral la crearía cada uno en su propio ámbito. Así pues, hace falta una garantía que produzca una moral abstracta en la que quepa toda moral y sus muchas posibilidades, su condición extensiva (***).
(**) Entiéndase que está fuera de toda duda la estima que tengo por la historia de la filosofía y las ideas de los demás (****). Ningún filósofo hace la historia de sí mismo. Semejante idea es una absoluta ingenuidad filosófica. Otra cosa distinta es ir todos con el mismo cuento. Los más grandes filósofos son los que se han caracterizado por escribir otro capítulo del cuento, o, al menos, reescribirlo.
(***) Según mi tesis, estas posibilidades no son infinitas, hay una "selección dada"; de serlo, de no haber una aproximación posible a la infinidad, de ser el infinito positivo, si su posibilidad llevase ventaja a su actualidad, si no hubiese un ámbito de actividad sin lugar para más deliberación, no habría una moral objetiva ni ninguna representación; no habría una conciencia.
Esta crítica de la ética deliberativa, el ámbito de un individuo incierto que se mueve a su anchas, trae consigo un cuestionamiento radical de las categorías que elaboran la idea moral,
(****) Entiéndase también esto. Mi estima por lo que piensan los demás es poca. Creo, sinceramente, que apenas se piensa, que una idea del pensamiento genuina es un acontecimiento atípico en la vida mental; el resto es fruto de un hábito que, por tanto, dificulta pensar más que promover el pensamiento. Por otro lado, no hago otra cosa que quitar cierto peso al pensamiento en general, o sea, tanto el del resto como el mío.
No pretendo resultar demasiado arrogante. Para pensar en las ideas de los demás hago uso de un concepto sociológico del que las ideas dependan, o voy a la materia individual que produce toda idea.
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