lunes, 18 de agosto de 2014

Arrogancia filosófica, pensar hacia delante; selectividad



Hace unas semanas me pasó algo relacionado con el tejido en el que vive determinado filósofo. El filósofo en cuestión era Arthur Schopenhauer. Según una nueva biografía recién publicada, era un cascarrabias y un ególatra. No veo qué tiene que ver nada de eso con su filosofía. 

Siempre he oído decir que su moral era una hipocresía, que practicaba lo contrario de lo que decía. Buenos estamos con semejante crítica, ¡ni que se hubiese ido a una crítica del fundamento de la moral que Schopenhauer proponía! (*)

Yo aprendí con Schopenhauer que más vale ir a las ideas de los filósofos que a arbitrariedades que comentan los que tienen que servirse de ideas de los demás para hacer filosofía. Si la filosofía no está en uno, si uno no tiene cierto carácter filosófico, si uno no tiene un entendimiento, radicalmente, opuesto al de lo demás, apaga y vámonos (**).

Así pues, las biografías y los infinitos detalles que componen la vida de alguien son importantes, incluso, decisivos; pero eso no tiene mucho que ver con su interés filosófico. Si ustedes me conociesen bien, seguro que podrían decir: “claro, por eso dice esto que dice”, una interpretación hecha sin otra idea del pensamiento que la que se tiene delante de las narices, sin nada por pensar que esté a la espera. Las ideas del filósofo tienen valor en tanto puedan dejar atrás al individuo particular que las pensó. Seguro que mi biografía ha condicionado algunas de mis ideas; más seguro todavía es que mis ideas no son mías, sino que han sido tratadas como si hubiesen sido ideas de otro. Me remito más a lo que ya he pensado, como todo lo que haya escrito, que a lo que "yo" pienso, un fase del pensamiento con más interés biográfico que lógico; una fase, dicho así, por hacer.

(*) Una prueba a favor de mi tesis sobre la falta de seriedad de la historia de la filosofía es que sigue más una ruta cuantitativa, de cargar los discursos más o menos, que sustancial y en relación con las cualidades inmediatas que determinan todo primeramente. 

Nunca di demasiada importancia a la moral de Schopenhauer hasta que comprendí que no hay ninguna moral genuina que no vaya acompañada de un fenómeno moral, cierta unidad de medida que haga posible un concepto. La representación moral del sujeto en cuestión, su fase aparente, una manifestación sin dependencia interna, no tiene densidad como para producir una totalidad moral con suficiente permanencia; sería un camino sin recorrido. De lo contrario, de tener la representación de la moral en la representación de la moral misma, sin distancia alguna, sin un ámbito de moralidad, la moral sería una carga que soportarían sujetos que, paradójicamente, carecen de capacidad moral suficiente; la moral la crearía cada uno en su propio ámbito. Así pues, hace falta una garantía que produzca una moral abstracta en la que quepa toda moral y sus muchas posibilidades, su condición extensiva (***).

(**) Entiéndase que está fuera de toda duda la estima que tengo por la historia de la filosofía y las ideas de los demás (****). Ningún filósofo hace la historia de sí mismo. Semejante idea es una absoluta ingenuidad filosófica. Otra cosa distinta es ir todos con el mismo cuento. Los más grandes filósofos son los que se han caracterizado por escribir otro capítulo del cuento, o, al menos, reescribirlo. 

(***) Según mi tesis, estas posibilidades no son infinitas, hay una "selección dada"; de serlo, de no haber una aproximación posible a la infinidad, de ser el infinito positivo, si su posibilidad llevase ventaja a su actualidad, si no hubiese un ámbito de actividad sin lugar para más deliberación, no habría una moral objetiva ni ninguna representación; no habría una conciencia.

Esta crítica de la ética deliberativa, el ámbito de un individuo incierto que se mueve a su anchas, trae consigo un cuestionamiento radical de las categorías que elaboran la idea moral, 

(****) Entiéndase también esto. Mi estima por lo que piensan los demás es poca. Creo, sinceramente, que apenas se piensa, que una idea del pensamiento genuina es un acontecimiento atípico en la vida mental; el resto es fruto de un hábito que, por tanto, dificulta pensar más que promover el pensamiento. Por otro lado, no hago otra cosa que quitar cierto peso al pensamiento en general, o sea, tanto el del resto como el mío. 

No pretendo resultar demasiado arrogante. Para pensar en las ideas de los demás hago uso de un concepto sociológico del que las ideas dependan, o voy a la materia individual que produce toda idea.

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