Es importante fijarse en la lógica de la negatividad y la relación externa del conocimiento. El sujeto falsifica su positividad, la invierte con el fin de economizar su relación con la experiencia.
Todo lo a priori no es otra cosa que un paso con ventaja, una línea a seguir con una razón de suyo. Es, en gran medida, sustancial; de no ser así, la incertidumbre no dejaría lugar a continuo subjetivo alguno; seríamos mónadas aisladas y aparte, absolutamente distantes, pues, y encerradas en sí mismas.
Ahora bien, defiendo la importancia, en algunos casos decisiva, de las modificaciones de la sustancia, y lo que denominé diferencia sustancial. Llegados a cierto punto, el orden de la representación es modificado “internamente”.
Anteriormente, me he situado en contra de lo interno. Es un concepto que me resulta extraño. Lo interno no puede ser idéntico y dialéctico con lo externo; tiene que haber mucho más, principalmente, con anterioridad. La idea de lo interno no es un concepto espacial, sino que discurre por un plano mucho más amplio.
El interés que persigue la forma extra-intuitiva no es lo interno mismo sino su modificación, la determinación de su sustancia; ya no es por ella, sino que es por otra cosa. Ahí empieza un problema.
La otredad es uno de los asuntos a los que he dado más importancia en los últimos años. El otro algo distinto del otro alguien es una modificación categorial con la que no coincido con pensador alguno, aunque Schopenhauer, Peirce y Freud sean, lógicamente, los autores más cercanos.
La cuestión de la forma extra-intuitiva es una condición inadvertida que postulo como base de la condición extensiva; no puede ser cualquier condición, sino que ha de ser una síntesis tan errada e incierta que, a priori, la invirtamos como cierta; la lógica del pensar sigue esta línea de idiota. La mejor prueba de ello está en la falta de concepto a priori para la conciencia extendida del cambio. De no ser así, la experiencia y la densidad del cambio serían ciertas e intrínsecamente a priori; no habría ninguna conciencia. ¿O qué esperaríamos de una conciencia que no esperase nada? (*).
La intuición es un magnífico caso de esta especie de condición inadvertida, de una espera sustancialmente confusa; la idea de su historia depende de un error. Está formalmente retrasada con respecto a lo que la mueve. Lo que la mueve le lleva una ventaja que la idea de la una intuición propia invierte; especula con lo que tiene delante; lo representa como si fuese cierto, y no como si fuese incierto. La dialéctica que mueve la intuición está formalmente retrasada con respecto a la intuición; la intuición no está primeramente determinada por esa dialéctica quimérica; de ser así, toda intuición estaría, en primer y último término, determinada.
El problema de las velocidades diferenciales indica que la primera determinación de la intuición no persigue un mismo objeto sino todo lo contrario; es una aproximación predeterminada sin unidad de objeto. Así es que no vea sentido a representar una fugacidad inaproximable. ¿No estamos, por tanto, repitiendo el mismo error al poner por delante lo que tiene que estar, al menos, justamente detrás?. Una ventaja rellena la distancia. ¿Será, pues, la distancia la cosa misma, o será, por el contrario, otra cosa misma definitivamente fracasada?.
Por último, creo apropiado señalar de nuevo que la idea de mayor importancia del concepto solidario estaba en la unificación de distintos grados afectivos. A mi modo de ver, ninguna proposición que valga la pena puede dejar pendiente un asunto que, tarde o temprano, necesitará una razón. Y seguramente, nuestra incapacidad al respecto, sea por lo que algo tan importante no se nos hace evidente. Si no fuese por la importancia del error de la representación del sujeto, nada valdría la pena.
(*) Mi idea de la conciencia, como se ve, no es una simple extensión de la conciencia; es, lo primero de todo, una urgencia, una pregunta sin respuesta, un error positivo.
Con el tiempo he llegado a la extraña conclusión de que la idea más importante de "La idea del pensamiento" era la de la imitación del pensamiento. Destapa, a mi modo de ver, los vicios que el pensamiento oculta. ¿O no es el pensamiento y la costumbre de pensar un vicio de hipócritas?.
Añado a la lista de autores que menciono a Kierkergaard. Él no se refiere expresamente al otro moral, sino que entra de lleno en el problema de fondo de la categoría. De cualquier manera, insisto en que son, lógicamente, lo mismo.
Rechacé a Kierkergaard hace años por su excesiva sensibilidad religiosa. Sigo pensando igual, pero reconozco que su reflexión sobre la diferencia cualitativa es de una sutileza, filosóficamente, excepcional.
El salto cualitativo, el paso de la categoría de cantidad a su diferencia cualitativa, es una idea desconcertante que expuso Hegel en su Lógica. Kierkergaard lo analiza con una profundidad raras veces vista en la historia de la filosofía. Según su crítica a Hegel, el cambio se daría por medio del individuo, para sí mismo, y para la especie; dicho en otras palabras, la repetición se interioriza por medio del espíritu, y hay lugar para una sensibilidad interna que se apercibe. Particularmente, no coincido con él sino en el fondo: ¿cómo y cuándo acontece lo que había de estar ya ahí, esto es, a la espera?. Si estaba, es que su concepto estaba falto de idea.
Por otro lado, Kierkergaard ha sido muy dañino para la filosofía, especialmente para la fenomenología. El precio que Kierkergaard hace pagar por la falta es el existencialismo.
Si la falta es algo propio, una condición del espíritu que éste tiene de suyo sin síntesis ni, por tanto, relación íntima con su historia, carga consigo mismo como incierto portador del espacio del ser. Este espacio no es más que una broma filosófica, bastante malévola, por cierto, que muchos filósofos no me perdonarían. El espacio del que hablo no es una morada para la existencia sino, en relación al otro, su totalidad preferente. Digo incierto en el sentido límite y problemático de lo interno e íntimo. Esta idea de relación interna es, en consecuencia, una idea problemática; no está ahí, sin más, simplemente. Sin embargo, esta idea, problemáticamente hablando, está ahí para ser pensada; las ideas problemáticas buscan ser las ideas del pensamiento.
Kierkergaard llama a esta idea el pecado, que despierta la angustia. Que esta angustia se llame pecado es un detalle que no pasa de ser un matiz, una cuestión de estilo; podría haber llamado al salto de cualquier otra manera; el problema de la categoría, independientemente del nombre que se le ponga, es de fondo.
Este problema de fondo es la moral: el espacio del otro. Por otro lado, Kierkergaard no piensa la angustia con fines éticos sino, mejor visto, como una psicología pura y enteramente metafísica que, por lo demás, es la base de la totalidad ética del otro.
Esta angustia de la que hablo no tiene nada que ver con el fenómeno "psicológico" de la angustia; es una idea sintética. De no ser así, si fuese una idea cualquiera, el otro no tendría lugar; el otro sería indiferente. ¿Y no acontece el otro en uno suplantándolo, y sin pedir, acaso, permiso?. Esto es, el otro ya estaba.
El otro no puede ser una nada, un truco de magia que convierta palabras en cosas o símbolos en lo que representan; no hay ningún arte de ese tipo aquí. El otro es una acción positiva anterior a su representación; esta ya ahí aunque ninguna idea sintética lo hubiese puesto a la vista. Por otro lado, sin esta idea sintética, sin esta nueva idea del otro, no hay una idea del pensamiento; el otro no es pensable sin esta nueva idea para él.
¿El ser se encuentra consigo mismo al dejar el ente a un lado, lo que rechaza como impropio, una otredad pura y vacía? ¿el ser se apropia de sí mismo reafirmando lo que sólo es suyo en una distancia infinitamente insustancial, como la que da lugar al vicio del pensamiento, este es, el lenguaje; un otro que se supera con pasos dialécticos, o sea, con pasos que van siempre un poco por detrás al carecer de una razón de suyo que los legitime? ¿o, por el contrario, y como parece advertir Kierkergaard, la historia que se repite no es sino una historia aparente que difiere esencialmente de una historia más profunda y excepcional que le es primera y con la que su síntesis es históricamente asimétrica?. Las verdaderas síntesis son asimétricas.
La asimetría no sólo ha de ser así, esencialmente inversa, sino que su especial individualidad ha de ser principalmente insensible al resto. Cuidado, pues, con el otro, que muerde; ocupa un mismo espacio íntimo. Un espacio, claro está, más interno que la espacialidad. Con el otro no se choca físicamente sino a una distancia íntima.
La moral es una sensibilidad superior al resto porque está ordenada por dentro. Uno es el centro gravitacional que el otro sustituye. Así pues, uno no es sino el otro histórico, no uno profundo y excepcional sino, como he señalado, aparente, mediado, sólo históricamente inverso, y, por tanto, causa de distancia.
viernes, 15 de junio de 2012
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