En varias ocasiones he defendido la ventaja de la experiencia moral. La
experiencia moral es lo que pasa cuando se está con otro. La
sensibilidad del hombre al otro hombre es, naturalmente, extraordinaria,
incomparable al resto de cosas. El otro entra en uno por el mismo sitio
por el que uno va a sí, un "yo" aparente que no lleva nada
consigo (*); por el contrario, la diferencia de la que el otro se sirve
depende de un afecto que uno no puede producir sino en abstracto. La
sociabilidad del hombre viene de sus entrañas, no del cálculo. La moral
se sirve del afecto que produce el otro hombre.
No quiero restar importancia a cierta finalidad conflictiva en el
sentimiento gregario. El ego está implícito en toda sociabilidad. Sin
embargo, este ego no es independiente de su alteridad, del otro ego; son
dos términos de lo mismo. El altruismo es tan abstracto como el
egoísmo, la centralidad de la que depende es la misma, no una nada sino
una misma cosa (**). El altruismo no significa nada distinto de lo que
significa el egoísmo.
Lo que quiero resaltar es que la historia del cálculo no es la historia
de una conciencia que haga cálculos conscientes; el cálculo genuino, las
capas profundas en las que elabora su intriga, es una relación de
términos que se anticipa a la experiencia ventajosamente.
Pienso en una crítica, principalmente, a economistas liberales como
Ludwig von Mises. Friedrich Hayek, uno de sus principales discípulos,
promueve un individualismo metodológico de base evolutiva que se
adelanta a la crítica de sus errores abstrayendo lo que aporta la razón y
el ser mismo del cálculo; pretende que las cosas nos caen del cielo
directamente a unas manos hechas para atraparlas. Por el contrario, el
cálculo no es una teoría que no venga de algún sitio, que su historia
genética sea una sinrazón, que no tenga un camino, algo que quede fuera
del ámbito de la conciencia.
Semejante biologicismo, que los prejuicios de la moral son una
desventaja para la vida, la negación de una finalidad que le es
inherente y que, por tanto, se reafirma, abstrae la esencia de la
experiencia consciente y de qué depende ésta; mejor visto, si no hubiese
una reafirmación interior, si no hubiese un ámbito íntimo, la
conciencia no se entendería, y seríamos insensibles a ella.
Los constituyentes de la idea del cálculo, los términos que corren por
debajo suya fenomenológicamente, no reparan en la diferencia fundamental
que supone el propio ámbito para toda reflexión, su "interioridad". Si no fuese por el otro, si no hubiera una preferencia por los términos comunes, no habría lugar para la generalidad.
(*) El otro hombre está en ventaja ante uno mismo, tiene más peso; uno mismo
no puede producir lo que el otro produce. De este movimiento inverso,
que unifica dos instantes mediante una forma, esencialmente, desigual,
depende la capacidad abstracta que produce el lenguaje: que los objetos
se puedan intercambiar por sus referencias y las referencias valgan como
objetos; encadena los elementos con los que se relaciona quitándoles la
diferencia en la que reside el límite que no logra traspasar; carece de
términos para ello; no logra extenderse, y permanece encerrada en un
mismo sitio. Lo que aporta y trae consigo es algo puesto al revés
vaciado de sí y de lo que es suyo; es un movimiento negativo,
desapropiante, sin recomponer.
El objeto moral no es perfectamente representable si no es mediante una
distancia (consigo mismo) que no va a otro sitio distinto del sitio del
que parte. La experiencia moral no depende de sí; contrariamente,
depende del otro sin el que no hay moral alguna. Si la moral no está
presente, no hay manera de representar la moral; su representación se
limita a una distancia moral (***).
La moral se experimenta en primer plano. Su referencia es, de suyo, una
representación sin otra deuda que una generalidad que sigue un
movimiento sin contradicciones específicas; se cumple y afirma sin
experimentar anomalías en el ámbito del que depende, la forma inversa
que, con independencia de su inmediación, la produce. Carece de
experiencia genuina e interioridad.
Las referencias morales, las huellas de la experiencia moral, lo que la
distancia deja tras su paso, son válidas como la forma que representa la
moral en general, el esquema que sigue. La moral misma, su
interioridad, no es aproximable sin un concepto que haya superado su
fase abstracta y su distancia simbólica; al revés, su superación
consiste en manifestar el efecto común del símbolo, la solidaridad
inmediata que no se deja ver.
(**) Se entenderá que el "yo" no sea más que una apariencia distante con su sustento. Si la experiencia del “yo” se aglutina en torno a sí, si se densifica y pretende distanciarse basándose en sí, si “yo” se abstrae, la experiencia de “yo” es una experiencia falsa; desconoce la falta de garantía en la que reside.
(***) La distancia moral fue una de las ideas que preparó el camino a la
distancia psicológica, lo próximo se alejaba; se trataba de reconocer
el objeto moral y el problema en el que residía: que la moral no es una
propiedad subjetiva.
viernes, 27 de junio de 2014
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