jueves, 31 de octubre de 2013

¿Conozco sin contradicción?

¿La experiencia exterior que contradice la interior, la contradice en un mismo ámbito; o el objeto de su dialéctica no se produce de manera inmediata alrededor de lo mismo sino a una distancia con lo mismo con suficiente amplitud como para que las posibilidades de su experiencia se correspondan con las que les eran inmediatamente anteriores y, por tanto, la remisión a lo mismo que caracteriza su historia quede a salvo, esto es, dando vueltas en círculo, y sin que haya un objeto inmediato al que encadenar una contradicción?. Semejante palabrería no puede establecer diferencias en torno a lo suyo sin cuestionar ¡por qué cuestiona!.

martes, 10 de septiembre de 2013

Lectura de Nietzsche

Admiro mucho a Nietzsche; aprecio su estilo. Nietzsche era un escritor brillante con una capacidad asombrosa de ir al corazón de las cosas. Ya sea el estilo poético de Así habló Zaratustra (ASZ), la elegancia de Genealogía de la moral (GM), la profundidad aforística de Aurora (M), la finura de La Gaya ciencia (FW), la arrogancia de La voluntad de poder, o ese Ecce homo (EH) desquiciado, en todos hay suficiente talento como para despertar la admiración de cualquier escritor. 


Nietzsche no siempre condensó sus ideas en breves sentencias; también se extendió en ideas complejas; el aforismo fue una técnica que no está en todos sus obras. No es fácil negar una gran riqueza literaria a muchas de sus obras; a cualquier escritor le gustaría tener a su alcance, al menos en unas pocas páginas, ese repertorio de imágenes y esa originalidad en sus conceptos. No era un autor cualquiera, ni literaria, ni filosóficamente. Nietzsche escribía muy bien.


Retomé a Nietzsche por una sospecha que siempre tuve sobre el peso de la moral en su obra. Ya había leído la mayor parte de sus libros, pero los volví a leer de forma más ordenada y pausada. 

No estoy en contra de leer lo que se dice de un autor, pero prefiero el trato directo con ciertos filósofos, sin intermediarios. La historia de la filosofía de primera mano es incomparable a la idea que, generalmente, se hacen los demás; como diría el propio Nietzsche, ¡los demasiados!.

Nunca había estado de acuerdo con Nietzsche en su crítica a las ideas de Schopenhauer sobre la importancia moral de la compasión, quien fundamentaba toda moral en algo que fuese propiamente moral, en lugar de caer en los artificios antitéticos del intelecto; ¡la moral tenía que ser una voluntad positiva, no una idea contrapuesta a otra hasta que, finalmente, no se llegase a nada!. 

Nietzsche pensó con originalidad y penetración; su lectura está llena de sorpresas. En su momento pensé que algunas de sus posiciones más extremas sobre la moral eran consecuencia de algún tipo de desorden afectivo, alguna anormalidad; mi sorpresa vino cuando pude comprobar que su sensibilidad para la moral, lejos de estar basada en una falta, era exquisita. Encontré mucho más de lo que esperaba. Que haya quien hable de él como si fuese un monstruo loco, en mi opinión, no ha entendido qué tipo de excepción supone Nietzsche para una historia como la de la filosofía que, como toda idea que se encadene a un proceso basado en la repetición, es esencialmente conservador. A mi modo de ver, nadie ha visto el fenómeno moral y las entrañas de las que está hecho con tanta claridad y desnudez como hizo Nietzsche. No obstante, no me alineo a todas sus ideas; tengo muchos maestros que estimo por lo que he aprendido de ellos; al fin y al cabo, pensar es algo que se hace en primer grado; la proximidad del pensamiento y su naturaleza solidaria es un problema, no una solución.

Por otro lado, Nietzsche no es el filósofo por excelencia. Hay muchas de sus ideas que son falsas, y supone un grave error darlas por verdaderas. Vg. la primacía del ego, su centralidad y, en consecuencia, la representación fundamentalmente distante de lo que fuese propiamente moral. Sin embargo, en sus obras hay una frescura y una sensibilidad fuera de común. 

Cuando leí su obra lo hice como si la hubiese pensado yo; no fui de otra mano que de los términos en juego. No creo que sea un autor más, pero la filosofía, por su propia constitución, no es cosa de un autor, que es lo que define esa marcada tendencia biográfica de la historia de la filosofía: el quién en lugar del qué.

jueves, 29 de agosto de 2013

Confianza de la creencia, su valor hipotético

El problema de la creencia con respecto a la razón revierte incansablemente a la relación interna que guarda la razón con el conocimiento y su experiencia; no son la misma cosa sino mediante un error; no es una idea positiva sino negativa. Llegados a cierto punto, la ontología no trata de nada más que de sí, de una distancia absoluta sin una relación predispuesta y, por tanto, sin deuda alguna. Este punto es el marco lingüístico en el que se asienta toda confianza; no es sino el cambio de unos términos por otros sin conciencia de la determinación con la que el conocimiento abraza todo lo que toca, “dogmáticamente” y afirmando sus límites (contradiciéndose consigo mismo). 


La creencia tendría un grado de validez menor. Por el contrario, su indeterminación apunta a un problema de fondo; no es un objeto perfectamente representable; no se corresponde íntimamente consigo mismo. Su validez no tiene un lugar absolutamente central si no es enredándose en procesos dialécticos ajenos al problema de fondo del que dependen. ¿O el conocimiento no es una preferencia más, puesta por encima de otras mediante una trampa sustitutoria que se envuelve consigo misma como si lo envolviese todo y no dejase nada de lado, un claro lapsus fenomenológico que pone en duda la identidad de todo conocimiento que se asiente en una conciencia extendida hacia sí, esto es, suspendida en un instante sin experiencia?. 

La repetición de cierta sensibilidad en un mismo sujeto es condición necesaria para que se produzca un sentimiento. Si no fuese porque las categorías racionales son esencialmente sensibles, no se advertirían. La contradicción de esta idea lleva implícita su desproporción. Toda sensibilidad está causada por algo íntimamente distinto de la sensibilidad misma. Sin embargo, la sensibilidad sólo se entiende inmediatamente de manera continua; así pues, los términos de su diferencia sustancial requieren de la extensión intuitiva de su propia idea (la falta).

Actualmente sólo admito la idea de un sentimiento intelectual para superar el límite de una sensibilidad sin sensibilidad, que problematiza los objetos inteligibles. Como dice Peirce, era algo que estaba concebido, en gran medida, en la gran obra de Kant. Sin embargo, Hume había insistido más en la orientación inmediata de los estados intelectuales como un principio de realidad condicionado por un sentimiento. Si no recuerdo mal, esta idea se encontraba en Investigaciones sobre el conocimiento humano (An enquiry concerning human understanding); en cualquier caso, el problema de fondo está en algo que señalé hace unos meses acerca de la intuición de las 
evidencias y las ideas dadas en sí mismas.


miércoles, 31 de julio de 2013

Interioridad del pensamiento

Que la cosa en sí sea incognoscible es una idea negativa, no positiva. No es una idea inmediata e intuitiva; es una idea a la que hay que llegar. Por así decir, no hay una categoría a priori para ella. Es una idea sintética.

No hay conocimiento a priori negativo, sino que es una consecuencia mediata fruto de una representación; es una idea de una idea. La negatividad, pues, forma parte del fenómeno, no del noúmeno. Sin embargo, la negatividad está integrada en el propio esquema del pensamiento, el que se sigue al pensar. Y así es que se piensa en negativo como si se estuviese pensando en positivo. 

Este detalle de una psicología pura trae de suyo la contradicción con su experiencia y la ampliación consecuente. ¿De lo contrario, cómo pensaríamos, si pensar fuese una cosa en sí?. O mejor aún, ¿qué se pensaría de la cosa si la idea del pensamiento no fuese distinta de la cosa pensada?. 

El noúmeno existe porque es pensable. No es un ente de experiencia sino esencial. Se reafirma por dentro, no por fuera; es monadológico. No es que se piense tal o cuál cosa; mejor visto, es que se piensa, independientemente de lo que determine primeramente el pensamiento.

El orden del pensamiento es un asunto muy problemático que requiere metafísica. Si no hay esa metafísica, no se piensa nada. El pensamiento no piensa su orden sino desde un espacio del pensamiento. 

Mi idea de un espacio del pensamiento no tiene nada que ver con una espacialidad pensante ni, acaso, con una sustancia extensa; es una idea problemática para una filosofía especulativa. En este sentido, una filosofía que no sea especulativa piensa sin pensarse a sí; puede pensar algo, pero no se piensa.

Es inevitable que una idea problemática cause sorpresa y cierto sentimiento de falta de respuesta; frustra la expectativa del pensamiento, ¡porque no es una respuesta sino una pregunta!. Pone en movimiento el pensamiento; lo activa.

La cuestión del orden del pensamiento surge en el instante de la pregunta por sí, cuando la respuesta a una pregunta no es satisfactoria; algo falta. 

Con problemático me refiero a que no tiene una solución definitiva para la razón; no es a priori. El problema está en que la razón busca una solución que no tiene. El pensamiento se hace límite; no da más.

Exactamente, fue una idea que encontré en la interpretación que Kant hacía del cogito cartesiano (en KdrV, B423k). Contrariamente a la interpretación más habitual de Descartes, Kant mostraba que la idea del pensamiento de Descartes era esencialmente empírica. Para mí, es algo de muchísima importancia filosófica porque le da un contenido primero al pensamiento. Le quita su vaciedad; da un uso sintético a la conciencia.

Por si no se ha notado, hablo de nuevo del existencialismo, la ruina del pensamiento. El existencialismo supone que pensar es algo propio. No estoy de acuerdo con ese tipo de ideas. Es más, creo que se ha malinterpretado a Kierkegaard; no se lo ha leído a la altura que merecía. Para leer bien a Kierkegaard hay que releer a Aristóteles y a Platón, principalmente el desconcertante diálogo Parménides. Heidegger hizo algo parecido. Lamentablemente, la filosofía se ha limitado a interpretar a Heidegger, en lugar de pensar lo que Heidegger pensase. ¿No será más cómodo y enriquecedor leer las obras de los grandes filósofos como si las hubiésemos pensado nosotros, en lugar de leerlas como si fuese otro el que las hubiera pensado? ¿o no es la labor de pensar algo impropio, y de ahí que todos podamos pensar un mismo pensamiento?

Algunas de las ideas de Kierkegaard son de una belleza filosófica incomparable. Sin embargo, el concepto de la angustia debiera ser una categoría moral, y no existencial. Kierkegaard hace una reflexión sobre la experiencia del pensamiento sin que el pensamiento esté relacionado íntimamente con la categoría que lo determina; por el contrario, es indeterminado, y de ahí que sea un concepto que falta.

Si cada cabeza, mente o idea, fuese un mundo, la filosofía tendría muchos problemas para dar con algo. Los hombres seríamos abismos inaproximables y límites en sí. Por el contrario, cada cabeza, mente o idea, debe ser una parte más amplia que sí misma; deben ser totalidades, planos asibles, no encerramientos. ¿O qué distancia sería la que no pudiese ser recorrida? ¿O se puede pensar sin algo que pensar?. De hecho, creo es la forma más común de pensamiento. Si el pensamiento es, por lo común, un acto lingüístico es porque no se piensa nada sin una forma para ello (*). Todos somos capaces de tener pensamientos propios, pero el pensamiento propio debe es una anormalidad.

(*) No pienso que la idea del pensamiento sea un acto lingüístico; si es lingüístico, no es la idea que busco. Sin ir más lejos, la Distancia no se enfrenta a ese tipo de problemas sino a otros más problemáticos,


martes, 30 de julio de 2013

Cosa en sí del pensamiento, la elaboración de la idea que falta

La idea es un truco del pensamiento. No es algo que le sea propio sino mediante una distancia consigo mismo; no es una mismidad. Que el pensamiento sea una mismidad era la idea del cogito cartesiano: no es lo que una conciencia piense, sino que toda conciencia es pensamiento de algo; en este sentido, todo pensamiento está fuera de sí. Nadie piensa “en abstracto”; se piensa algo.


La idea de una interioridad del pensamiento es una idea sintética que no está ligada a la experiencia mental sino mediante un salto que permita su exterioridad. Aunque esta idea puede parecer extraña, es la única que permite llegar a una relación íntima de las ideas. Si las ideas fuesen íntimas, su aprioriedad haría imposible que fuesen conocidas. Cuando se pensase, no habría lugar para que la experiencia de pensar fuese distinta de lo pensado; no se pensaría nada o se pensaría todo; la conciencia que moviese el pensar sería la misma que la identidad de su conocimiento; pensar sería conocer. Pensar “esta cosa” sería pensar, exactamente, “esta cosa” sin que hubiese lugar para que “esta otra cosa” fuese “esta misma cosa”. La diferencia fundamental está, pues, en el sustrato de una conciencia con una experiencia garantizada, que piense lo mismo: la extensión del pensamiento se ajusta a lo pensado; dicho así, en la cosa pensada no hay lugar para todas las cosas sino, mejor visto, sólo para unas pocas. Es por esto que hay que limitar lo que se piensa.

Siguiendo esta línea de pensamiento, se puede ver que la sensibilidad de la idea del pensamiento queda fuera. Así pues, cosas como idea de una idea (idea intelectual o idea pura) o sentimiento de un sentimiento (sentimiento sensible) son conceptos vacíos o indeterminados a la espera
 de una garantía y fundamento a priori o, en el mejor de los casos, para su contradicción, esta es, la idea que le niega asiento. Vg. éste que soy yo, no soy yo; así pues, ¿quién creo ser? ¿o la idea de mí está garantizada?. A este propósito, la idea del conocimiento personal o reconocimiento, conocimiento de uno, es una especulación afectiva sin sitio para que haya un conocimiento a priori de ella; de hecho, no es, cabalmente, un conocimiento. Con esto no quiero decir que el conocimiento no sea un afecto. Lo es, pero con categorías que no son, en esencia, simistas; no son sí mismo. Conviene advertir que esta idea del conocimiento es negativa (y, por tanto, todo conocimiento de esta especie sería imperfecto); contrariamente, su idea del pensamiento, su condición extensiva, es positiva (será un pensamiento imperfecto, que se piensa).




La angustia del filósofo

Casi todos los años hay un momento de crisis creativa. Las ideas parecen no dar más de sí, todo se queda igual, envuelto consigo mismo. Se mira hacia todos los lados, y no se encuentra nada. Mi impagable maestro Karl R. Popper diría que no se tiene qué pensar. Sin embargo, estas crisis no son otra cosa que la preparación de lo por venir; son los brotes de la filosofía; son ideas que se hacen rogar; no hay sitio para ellas.

Se podría decir que con que el filósofo tenga una idea al año, ha sido un año, filosóficamente, creativo; al menos, si es una idea, lo suficientemente rica y con contenido. No es de extrañar, pues, que las ideas creativas tarden en llegar. La filosofía es una cosa muy lenta.

La lentitud del filósofo suena a ironía filosófica; es una especie de burla a uno mismo, las ideas gastándose una broma con independencia de uno. Esta juerga filosófica de las ideas, en las que uno no tiene el papel principal que querría, es una angustia filosófica del todo justificada. El pensador está siempre en desventaja con respecto a sus propias ideas; es un mártir.

La otra cara de esta angustia es lo positivo de las ideas. La angustia es el anticipo de la falta. Aún no entiendo por qué se ha leído la idea de la angustia de Kierkegaard como si fuese una angustia psicológica a la espera de un concepto. ¿Leemos la filosofía de ese modo, por detrás del pensamiento y no, precisamente, por delante de él?

Cuando la angustia se pasa, y el filósofo goza de cierta tranquilidad, entiende perfectamente de qué estaba constituida su falta; no era que no hubiese qué pensar, sino que no había idea del pensamiento. Es entonces cuando la filosofía creativa es divertida; el filósofo tiene meses por delante llenos de entretenimiento filosófico. 

El estudio es agradecido porque, generalmente, aporta algo; si no se piensa, vale de poco. Hace unos años mi mujer se reía de mí cuando confesé que, con suerte, yo tenía una idea al año; si el filósofo tuviese una idea en la vida, podría estar satisfecho.

martes, 9 de julio de 2013

De nuevo con lo afectivo

"Cumbres borrascosas" de Emily Brontë es una novela absolutamente deliciosa, una maravilla que maneja las cadencias emocionales sin que apenas nos demos cuenta de ello, como si no hubiesen sido tejidas sutilmente. 


Evidentemente, es sólo un artificio. Los estados emocionales que el arte produce no consisten en otra cosa que saber tocar "la tecla adecuada" para que la emoción se desencadene; dicho así, la producción artística consiste en que se conozcan las reglas de la gramática universal del mundo emocional lo más inmediatamente. A este respecto, la música es el sentido por excelencia, no el tacto, como pensara Aristóteles (*).

Martha Nussbaum no aporta absolutamente nada al estudio de las emociones además de cierta bibliografía; no hay nada importante y decisivo que pensar; la cantidad pretende reemplazar el “qué”.

Por el contrario, durante este invierno pude leer algunas obras de Max Scheler que trataban de frente el conflicto de lo que Scheler denominara “gramática emocional”. No puedo admitir ciertas partes de su pensamiento y del exceso fenomenológico de la“intuición de las esencias”, pero, filosóficamente, me he sentido acompañado en un terreno en el que estaba sorprendentemente solo. Por cierto, Nussbaum no cita a Scheler ni una sola vez a lo largo de las casi mil páginas de su “Paisajes del pensamiento”(Upheavals of Thought).

(*) Para sorpresa mía, Aristóteles tenía una idea de todo el mundo sensible de una inocencia y pureza que no me deja de maravillar. Siempre se aprende más de los maestros clásicos que de la actualidad y la pesadilla intelectual del mundo académico y sus modas de burócratas del pensamiento.

En todo caso el "tacto" en Aristóteles es el problema de lo sensible inmediatamente dado, una sensibilidad directa, no a distancia; vg. inmediatos son el sabor y el contacto