Llegados a cierto punto en la reflexión sobre la primeridad moral, cuando reflexionamos qué es causa de moralidad, debemos plantearnos la cuestión de quién es el otro y cómo se es el otro.
Toda la moral gira alrededor de quien da forma al sentimiento moral, el otro, la imagen primera a partir de la que se construye la moral. La predisposición al otro, su forma necesaria, es el a priori moral; sin otro no hay moral. El otro, pues, es el contenido del que se sirve la forma moral.
A la noción de alteridad, otridad o segundidad, llegamos por la sola reflexión; es, sencillamente, algo distinto de sí mismo, algo que no es idéntico consigo mismo. Con que la conciencia discurra es, por sí sola, alteridad. Yo soy yo, y yo no soy yo, pues yo cambia como una proposición distinta de sí misma con sólo darse como yoes; el yo sucesivo, el que va de aquí para allá y permanece, es un yo distinto que discurre igual idealmente. Yo no soy yo, y yo soy muchos yoes; no hay yo.
Un análisis del significado de términos como yo-distinto-idealmente mostraría que son formas más amplias que su contenido. Son términos amplios porque deben dar cabida a generalidades, que es la naturaleza de la alteridad, una categoría que individua un positivo sin su contraste. Es una forma inductiva que no cuenta con la regla de su determinación, y la inducción es lógica sin el cabal conocimiento de su razón; es lógica psicológicamente límite.
La terminología del otro, tal y como se usa habitualmente en círculos sociológicos, surge con la fenomenología. El otro es otro yo, un modo de espejo.
El psicoanálisis llegó al otro de modo semejante por una especie de contraposición de yoes.
Fenomenológicamente, el otro es un abstracto que la fenomenología cubrió de simpatía; y, desde una perspectiva psicoanalítica, el otro es parte de un imaginario y no es, estrictamente, real. Ahora bien, si tomamos las totalidades fenomenológicas y psicoanalíticas como idealismos, pues no han sido nunca realismos, hoy por hoy, podemos ver más de cerca quién da forma a la alteridad.
Como es fácil advertir, la fenomenología no es muy distinta del psicoanálisis, pues están centralizadas alrededor de una unidad. El psicoanálisis hace yoismo de una voluntad; y la fenomenología, por el contrario, hace una lógica trascendental del yo.
Mi tesis es que la fenomenología muestra el contenido del otro, pero por el mismo camino no tiene la identidad no psicológica de su contenido; no tiene qué ver. El otro no puede ser sólo forma, y necesita la máxima aproximación a su contenido, el límite con la forma mayor de la que depende.
El otro es, en todo caso, el problema de la moral, quién es el otro y qué es el otro para mí. La moral despierta con la aparición del otro.
El problema del otro es el problema del otro para mí; el otro despoja a uno de su identidad en el enfrentamiento y lo lleva a un forzamiento moral. El otro generalizado, no ser otro solo sino ser muchos otros, sólo es moral con rigor en tanto no sea sí mismo y sea, en cambio, para alguien; no hay otro moral a solas. Se es moral, por tanto, con otro; y para la generalidad del otro no hay categoría a priori en la intuición.
En la psicología no hay moral a priori. Necesitamos del otro para ser morales y dar forma a la representación que de suyo no hay para él. Hay, por otra parte, una predisposición al otro que me alerta de que es algo distinto del resto de cosas. El otro no es a priori mediante la psicología sino independientemente de la psicología; es a priori inmediatamente.
El otro causa en mí una acción emotiva por su mera presencia. La representación del otro no es propiamente mental. La psicología ayuda a construir al otro y darle forma, aunque el otro está ya ahí sin psicología.
El otro no es una posición egocéntrica sino lógica (Hegel, Husserl), y el otro me abre un mundo que sin él no había (Heidegger, Lévinas); es un discurso lógicamente límite.
La alteridad moral, la sintética que actúa relacionalmente, es un principio desde el que crear una distancia con uno mismo. Yo soy algo en el mundo; en el mundo con otro soy alguien. Y la reflexión moral requiere de un cambio de modelo filosófico.
La filosofía por sí sola no puede pensar al otro, pues no lo tiene de suyo en su representación; su contenido es a priori distante. Pero tiene, por otra parte, al otro en la inmediación del sujeto, en lo que es anterior al mismo. El sujeto es psicológicamente límite con el otro, es distante con él. La cuestión filosófica será, por tanto, cómo el otro es posible. ¿Cómo habría de ser una filosofía del otro, una sociología, para poder representarlo?
martes, 16 de noviembre de 2010
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