“La manera como adquirimos cualquier conocimiento basta para probar que no es innato. Es opinión establecida entre algunos hombres que hay en el entendimiento ciertos principios innatos, ciertas nociones primarias, caracteres como impresos en la mente del hombre, que el alma recibe en su primer ser y que trae al mundo con ella.” (John Locke, Ensayo sobre el entendimiento humano, §1, pg, 21)
El celebrado filósofo Locke se basó principalmente en la experiencia para criticar el innatismo. Según Locke, vendríamos al mundo sin idea alguna de las cosas. La experiencia sería el principio a partir del que las ideas se irían imponiendo sobre la mente como lo haría sobre una hoja en blanco o tabla rasa.
La contradicción de la experiencia, el contraste de una diversidad con un principio (a priori), es un a priori en forma de a posteriori. Son distinciones psicologistas incapaces de establecer la necesidad con la que la mente hará su continuo. El a posteriori es una ordenación bajo el principio de la forma que unifica una misma experiencia. No se ordena una experiencia infinita porque no tiene por sí misma la identidad formal con la que hacer una misma experiencia. Nos referimos a una misma experiencia, y es por ello que tenemos una forma priori para ella. No es una idea impresa en un sitio que albergue ideas porque las ideas son objetos mentales causados por una estructura a priori que condiciona toda experiencia mental, donde deriva finalmente el empirismo con su irracionaldad.
La teoría de la tabula rasa fue derribada por G.W. Leibniz en la sublime obra Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano. Kant, posteriormente, llevó aún más lejos la racionalización de la experiencia que un maestro del empirismo, David Hume, había hecho relativa a una experiencia subjetiva.
Considerar a Kant un subjetivista es un grave error, pues su mente buscaba la superación del límite subjetivo; justamente, lo contrario del subjetivismo, pues el subjetivismo consiste en establecer una totalidad de una subjetividad.
La tabula rasa es, pues, una teoría en principio irracional. Toda su racionalidad reside en la imposición de una síntesis de experiencia sin una teoría que dirija su principio.
La unidad de la experiencia se crea a partir de la diversidad que la síntesis unifica. La crítica del innatismo es una filosofía ingenua y, lo más importante de todo, es una filosofía falsa. Hay una predisposición a la experiencia en la forma mediante la que se da esta experiencia. La experiencia es posterior, pues, a partir de la forma que le es anterior. La identidad de tiempos entre el a priori y el a posteriori es un espejismo que crea la forma de la mente. Cuando se tienen ideas las ideas son causadas anteriormente a que éstas se conciban como entes no causados, la ingenuidad en la que reside su falsedad.
La idea central de la tabula rasa es que somos básicamente sensibles a la experiencia, que la experiencia es un contenido por sí mismo y aporta algo que sin ella no había; es, pues, positiva por ella misma. El conocimiento, muy al contrario, es un fenómeno negativo que se sucede por contrastes; el conocimiento es dialéctico a priori.
La sensibilidad, siguiendo la teoría de la falta de innatismo, sería una forma de inmediación, incluso sería algo informe que no necesitaría de forma alguna al ser por sí mismo. El error de la tabula rasa reside en la ingenuidad de dicha identidad. Semejante teoría absurda llevaría a que conocemos la identidad de la experiencia, pues el conocimiento sería la experiencia del mismo. Y conocer no sería posible si no fuese porque hay una forma de conocer con todo un aparato cognoscitivo que hace posible una identidad en la forma de la experiencia. Vemos, una forma de conocimiento visual, porque hay un ojo que ve, y no porque haya una experiencia de ver sin un ojo que haga posible la experiencia de ver. Dicha teoría es, como digo, una teoría filosóficamente ingenua. Entrados en detalles la tabula rasa no sólo es falsa sino un mito filosóficamente muy peligroso. En lugar de cuestionar el conocimiento y hacerlo problemático, lo hace idéntico a la síntesis por la que viene determinado. Sería como si veo y concluyo que veo.
El mundo es externo, y por ello hay experiencia de él. Voy más lejos de mí mismo porque tengo una experiencia que me abre un mundo que hay fuera de mí. Pero ese mundo no sería posible si el mundo no estuviese ahí sin mí y sin que yo tuviese una forma para él.
Cuando uno conoce su cara, por ejemplo, que es una de esas cosas que a priori uno no conoce, conoce su cara porque cada vez que se mira en el espejo la cara que ve es la misma. Necesito, sin duda, la experiencia de ver mi cara para conocerla, pero me remito a algo repetidamente que establece su continuidad. Me remito continuamente a una misma cara que es el objeto de mi expectativa. La cara es distinta cada vez que la veo, y es mi forma para verla la que hace la generalidad a partir de la que lo visto es lo mismo.
A priori es la forma de toda experiencia. No hay ninguna experiencia que no sea a priori. Lo que se niega como innatismo es justamente la forma a partir de la que hay experiencia alguna. Ver supone, en este sentido, poder ver algo. Sólo a partir de una expectativa menos incierta se pasa a niveles más complejos, a ver, por ejemplo, si voy bien o mal peinado, si estoy guapo o si me queda bien este pantalón, etc. Esto es hasta tal punto así que el proceso neurológico del que surge el conocimiento es optimizado cuando hay una densidad suficiente de expectativas, una confianza en los objetos a conocer, el significado lógico de a priori. Las variedades psicologistas del significado de a priori pertenecen a la psicología del conocimiento y no a la filosofía del conocimiento.
miércoles, 9 de febrero de 2011
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