Admiro
mucho a Nietzsche; aprecio su estilo. Nietzsche era un escritor brillante con
una capacidad asombrosa de ir al corazón de las cosas. Ya sea el estilo poético
de Así habló Zaratustra (ASZ),
la elegancia de Genealogía de
la moral (GM), la profundidad aforística de Aurora (M), la finura de La Gaya ciencia (FW), la arrogancia de La voluntad de poder, o ese Ecce homo (EH) desquiciado, en todos hay suficiente
talento como para despertar la admiración de cualquier escritor.
Nietzsche no siempre condensó sus ideas en breves sentencias; también se extendió en ideas complejas; el aforismo fue una técnica que no está en todos sus obras. No es fácil negar una gran riqueza literaria a muchas de sus obras; a cualquier escritor le gustaría tener a su alcance, al menos en unas pocas páginas, ese repertorio de imágenes y esa originalidad en sus conceptos. No era un autor cualquiera, ni literaria, ni filosóficamente. Nietzsche escribía muy bien.
Retomé a Nietzsche por una sospecha que siempre tuve sobre el peso de la moral en su obra. Ya había leído la mayor parte de sus libros, pero los volví a leer de forma más ordenada y pausada.
No estoy en contra de leer lo que se dice de un autor, pero prefiero el trato directo con ciertos filósofos, sin intermediarios. La historia de la filosofía de primera mano es incomparable a la idea que, generalmente, se hacen los demás; como diría el propio Nietzsche, ¡los demasiados!.
Nunca había estado de acuerdo con Nietzsche en su crítica a las ideas de Schopenhauer sobre la importancia moral de la compasión, quien fundamentaba toda moral en algo que fuese propiamente moral, en lugar de caer en los artificios antitéticos del intelecto; ¡la moral tenía que ser una voluntad positiva, no una idea contrapuesta a otra hasta que, finalmente, no se llegase a nada!.
Nietzsche pensó con originalidad y penetración; su lectura está llena de sorpresas. En su momento pensé que algunas de sus posiciones más extremas sobre la moral eran consecuencia de algún tipo de desorden afectivo, alguna anormalidad; mi sorpresa vino cuando pude comprobar que su sensibilidad para la moral, lejos de estar basada en una falta, era exquisita. Encontré mucho más de lo que esperaba. Que haya quien hable de él como si fuese un monstruo loco, en mi opinión, no ha entendido qué tipo de excepción supone Nietzsche para una historia como la de la filosofía que, como toda idea que se encadene a un proceso basado en la repetición, es esencialmente conservador. A mi modo de ver, nadie ha visto el fenómeno moral y las entrañas de las que está hecho con tanta claridad y desnudez como hizo Nietzsche. No obstante, no me alineo a todas sus ideas; tengo muchos maestros que estimo por lo que he aprendido de ellos; al fin y al cabo, pensar es algo que se hace en primer grado; la proximidad del pensamiento y su naturaleza solidaria es un problema, no una solución.
Por otro lado, Nietzsche no es el filósofo por excelencia. Hay muchas de sus ideas que son falsas, y supone un grave error darlas por verdaderas. Vg. la primacía del ego, su centralidad y, en consecuencia, la representación fundamentalmente distante de lo que fuese propiamente moral. Sin embargo, en sus obras hay una frescura y una sensibilidad fuera de común.
Cuando leí su obra lo hice como si la hubiese pensado yo; no fui de otra mano que de los términos en juego. No creo que sea un autor más, pero la filosofía, por su propia constitución, no es cosa de un autor, que es lo que define esa marcada tendencia biográfica de la historia de la filosofía: el quién en lugar del qué.
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