jueves, 12 de febrero de 2009

El cuidado de la conciencia

La independencia del lugar propio respecto al de los otros es, simplemente, una ingenuidad situacional, un chisme lógico. Ni lo propio es independiente ni existe una propiedad de los otros. En efecto, todos podemos tomarnos a nosotros mismos como una unidad sustancial con densidades originarias, pero lo más cierto de ello es que cuanto más sepamos de nosotros mismos menos olvido padeceremos.

Los lazos que nos unen a los demás no son sólo objeto psicológico, sino, en su mayor interés científico y filosófico, inmediato a ello, lo que en gran medida, a su vez, lo hace independiente del supuesto recreo del fantasma que tomamos por simismo.

Sostengo claramente que el supuesto originario, la creación cedida a la espontaneidad, es inconsistente frente al la permanencia de la conciencia. No obstante, la conciencia sabe más de su querer que de su saber. Su temporalidad, o si se prefiere así, su síntesis temporal, es sólo la expectativa sobre la que, para ser significativa, se ha de apresurar, sobre la que espera triunfar lo que espera, la expectativa expresada consigo misma. Su expectativa es una implicación ciega de conciencia que se falsifica con el sentido en el que se orienta. Su falta, de nuevo, es la que se indetermina en su vacío. Digamos que la urgencia es el ejercicio de dotar, sin otros de por medio, a uno de lo que le es más propio. Cuidemos de que no sea, pues, su olvido.

Debe quedar claro que no se trata de un solipsismo monadológico, sino, más bien, del conocimiento de la tiranía de su olvido. Los márgenes no son propios sino sobre lo que se estrechan.

No dejo de insistir en la importancia de la reflexión filosófica de los objetos en los que se encuentra la urgencia. Sostengo que al hacer más posible el tiempo éste se extiende, da más lugar a más tiempo. Como digo desde hace tiempo, las primacías son sólo suposiciones y no definiciones que condicionen todo el torrente de su posible contenido. La conciencia cuida de su indeterminación.

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