jueves, 9 de octubre de 2008

El retraso de la conciencia

Benjamin Libet logró comprobar experimentalmente que lo que tomamos por representaciones inmediatas son mediatas, el rápido movimiento de unificación de la conciencia se toma por identidad en su continuidad: falsedad temporal. El experimento consistía en la medición del tiempo transcurrido entre la estimulación y su posterior conciencia. La conciencia llegaba tarde, se retrasaba y recreaba a posteriori, retrospectivamente, su causalidad.

En el S. XVII, el filósofo Baruch Spinoza había llegado por un método muy distinto a una misma conclusión: nos creemos libres por ser conscientes de nuestras acciones, pero ignorantes de las causas que las determinan.

La importancia del descubrimiento del retraso de la conciencia tiene dos aspectos sobresalientes: nuestra actualización es una consecuencia sintética asimétrica, el falso orden del conocimiento, y el proceso de síntesis no es sino una recreación, toma la representación por el objeto suponiendo su verdad en el cambio.

Una de las interpretaciones más originales del experimento de Libet fue la del neurofisiólogo Karl Pribram advirtiéndose de que el retraso de la conciencia podía ser la oportunidad de una nueva ordenación. Quiere decirse con esto que el retraso podía dar la oportunidad al dominio del conocimiento. Esa pequeña falsificación temporal nos despegaba unos milimétricos instantes del mundo haciendo posible su manipulación. Libet trataba con franjas de milisegundos, de 11 a 18. En la actualidad Hameroff postula que para la expresión de la conciencia se requieren al menos 15 segundos.

Es sorprendente que el importantísimo experimento de Libet fuese criticado principalmente por filósofos. Libet daba la vuelta a la falsedad del libre albedrío y era criticado por aquellos que más se habían servido de ello. Ente los pocos filósofos que acogieron bien ese experimento sobresale Karl Popper que escribió junto al neurofisiólogo John Eccles El Yo y su cerebro.

La rica comprensión filosófica de Popper había especulado con el indeterminismo en un post scriptum a La lógica de la investigación científica con el extravagante argumento de una asimetría que sacaba de la relatividad de Einstein. Popper quiso dar al inderminismo su estilo realista pasando por alto la implicación de la misma conciencia en el problema, pero definía su ámbito. Aún así, él consideraba esta implicación su vertiente ética.



La auténtica filosofía que me interesa, la esencialmente nueva y creativa no es la que actualiza, sino la que superando el retardo se adelanta, la que crea expectativa. Pribram iba por ahí con el feedforward, pero yo me refiero más a la improbabilidad de esa razón que pasea por caminos menos transitados con el solo reconforte de la soledad de la novedad. El camino creativo tiene algo de inmoral, pero su urgencia es nuestra responsabilidad.



Eso que se sotiene en el aire, que es tan leve que casi no parece real, es lo improbable de la conciencia. En filosofía se tomó por el momento trascendental y gracias a él concibieron esa bella figura de la libertad. El problema es que es un concepto básicamente negativo, de ahí que lo recto lo entienda por oposición: su determinación.



Qué bella idea, la de estar a la altura de los tiempos. Lo verdaderamente cierto es que aun responsables, sólo somos unos pobres necios. Casi prefiero, para completar el pasado guiño, ser un poco cínico.

“Sería más ventajoso manifestarnos tal como somos que tratar de parecer lo que no somos” (De La Rochefoucauld, Aforismos 457)



Para no pretendernos en la misma primacía que criticamos será preferible hablar más de discurso que de progreso. Si el criterio es lo fecundo ahí tiene entonces usted cómo hacer para no enredarnos en discusiones sobre nombres.

La necedad del que mira y confunde lo que hay con lo que ve es el rápido movimiento que hace la conciencia en su actualización. Su efecto de síntesis sobre la marcha no es sino el espejismo que con tanta dedicación tratamos de estructurar. Es sorprendente, no obstante, que esa estructuración en los niños sea algo distinto como recreación. El cerebro del niño, a diferencia del nuestro, no se toma tan en serio sino que se hace partícipe como si fuese un juego: el objeto de la recreación. Su capacidad se estima por la superioridad de posibilidades sinápticas. Pero, como dice usted, debemos mirar con atención la obstrucción del trabajo fecundo. Como ya he dicho antes, la conciencia trae un nuevo mundo a la mano en forma de continuidad. La conciencia trata con suavidad los sobresaltos para que sean provechosos.

Ya me urgió usted ante lo que no era ningún avance al unificar a Popper y Kuhn. Yo no lo creo así. El agua que corre por el río hoy es distinta del de mañana, y una pequeña modificación causada por el cauce puede ser el principio de un gran cambio. ¿O es que somos ahora adivinos?. Aquí, sin duda, me opongo a todos los visionarios con su filosofía de la historia. La conciencia aunque forma parte del mundo también tiene algo suyo, propio. Quizá no es la interioridad de una cosa en sí sino la posibilidad del cambio con el que se relaciona.

El interés que ven muchos en el experimento de Libet va por ahí. La actividad del cerebro, la modificación del ámbito electromagnético en esa improbabilidad de la conciencia que envuelve desde fuera órdenes primarios como los de causalidad en otros realmente nuevos es algo, sin duda, revolucionario.



Según la interpretación de Susan Pockett ciertos patrones espacio-temporales no llegan a emerger al ser demasiado débiles. Podemos ver en la misma conciencia la insistencia que no soportaba la debilidad y gracias al retraso que tratamos podemos reorientar conforme a la conciencia de la urgencia asentada como conocimiento. Pockett propone una conciencia per se con su anidamiento cerebral, sin dualismos mente-cerebro. La otra conciencia es más epifenomenal, más el efecto que envuelve. Ahora bien, su fruto, como conocimiento para el sujeto, es la posibilidad de representación del sujeto al propio sujeto. Esa conciencia es la de la responsabilidad: la conciencia ética en su posibilidad



Me explico. La crispación de Popper, la primacía epistemológica, y la de Kuhn, la exigencia de orientación social, más que el enfoque objetivo y el relativista. Popper ya en Los dos problemas fundamentales de epistemología, en los arbores de su pensamiento, avisaba de los enfoques relativistas como una conclusión de la falta autosuficiencia. Por supuesto, el relativismo, en ese caso, no era un ingenuo todo es relativo. Incluso creo recordar en Kuhn un mayor compromiso que una loca arbitrariedad.

Estoy con Putnam y en que todo se puede compaginar. El relativismo, como le defendí a Pompilio, es una prueba legítima de no suficiencia. Si se ofrecen condiciones no contenidas en un método y se hacen oídos sordos, pues, entonces, la carga recae en el otro, no en uno.

Putnam, por cierto, junto con Fodor, en estas cosas del cerebro se posicionaba en una vertiente poco reduccionista; más bien, funcionalista.

Todas esas recreaciones de mundos imaginarios, las de Putnam, Rorty, incluso Goodman, deben mucho a Quine, si no es que eran una muestra de agradecimiento y gratitud. Yo así lo creo. Y Quine, por muy esplendido que fuese, sin duda, no es sino una modernización de Peirce, que él pone la etiqueta de Dewey.



Sostengo que no hay problemas en sí. Es una irresponsabilidad frente a la urgencia.

Yo he sido el primero en criticar a muchos ilustres filósofos, pero nunca he pretendido agotarlos.

La posición relativista se enreda como toda posición que se pretenda definitiva. El problema es dónde vale esa posición y dónde no vale. El dogmatismo de la primacía del sentido es ver lo que se quiere ver y afirmar y suponer que no hay más. Retomando, aquí , la cita de Hamlet, ahora, la defiendo.

La posición de Popper, como responsabilidad, atendía a los problemas y no a sus casillas. En toda su sociología de la ciencia y del conocimiento hay un abuso epistemológico que, poco a poco, se podría descubrir como no un problema. Por ello, el marco común no era sólo formal sino, más bien, integral.

Para no olvidar el tema de la conciencia y el cerebro, su importancia filosófica como órgano sintético desde la intencionalidad de la conciencia, me asquea leer en escritos de hace más de un siglo novedades que los perezosos y retrasados ahora definirían como actuales. La filosofía es la urgencia de todo pensar. Tanto alboroto casillar y oficial nos hace, prácticamente, idiotas; podríamos decir que nos incapacita filosóficamente. Para pasarlo a la reflexión lógica, nos mete la cabeza en el cubo; y allá se las arregle el mundo. ¡Hagámonos idiotas, pues, y neguemos la oportunidad a la urgencia!. Ese es el sentido de la urgencia, aquí, véase claro y sin cinismos, en su reverso.

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