jueves, 2 de octubre de 2008

La falta de la verdad

“Reproducimos las condiciones que la experiencia nos da, el mundo es una cierta simetría entre lo que vemos y lo mirado”

Esta idea es la ontología nouménica donde reside la psicótica y paranoica verdad. La trampa de Kant se basa en que la verdad, la determinación de su supuesto, se encuentra en la ignorancia y el mantenimiento de su falsificada indeterminación. Hacemos un rápido trueque entre objetos y, al echarnos sobre ellos, al suponerlos, los damos identidad y continuidad.

Lo que vemos no es sino una simplificación de lo percibido, una aproximación grosera.

El ojo recibe mucha más información de la codificada, y el cerebro hace un ajuste donde pesa más el supuesto que el descubrimiento. Se trata de un estado perezoso que permite optimizar esa situación.

El movimiento ocular se realiza alrededor de 100 millones de veces al año. Este movimiento permite que el cerebro aprenda qué ver, de manera que el ajuste temporal, el sueño de la continuidad, es una recreación irreal, mera reproducción.

La plasticidad de nuestros ligeros cerebros cursa distintos caminos que los de sus ideas. Parece, pues, que el cerebro es medio tonto, pero es un buen operario. El efecto del cerebro, lo que lo envuelve, es algo distinto de su causa. La causalidad es la identidad de los momentos de causa y efecto. Los dos momentos se engloban, se sintetizan en uno, la irreal causalidad.

Kant pensó, junto a legiones de fanáticos de la verdad, que Hume psicologizó la causalidad. El argumento humeano siempre me resultó difícil, pero genial. Esa intuición de acercamiento límite a la condición de verdad sabía su falta de auténtico contenido, la indeterminación final del mismo. No era verdad, sólo era su supuesto. Si en lugar de coger un argumento lógico hubiese dejado correr su imaginación y hubiese imaginado tener un conocimiento de condiciones de determinación especulativa de la regresión, como un sueño de la actual mecánica cuántica, su problemática hubiese admirado menos el límite que él intuía en la identidad. A partir de ahí, todo es especulación, aunque la insitucionalicen bajo el irónico nombre de verdad. ¡Vaya una propensión intrínsicamente limitada a llamar verdad a lo que esperamos de las cosas!. Con Wilde, la tiro por la ventana o la acompaño cortesmente hasta la puerta. Ridículo objeto, ¡ni que fuese un espejo!.

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