En la ralentización, cuando las capas de la experiencia se extienden entre un conjunto limitado de objetos, sobresale la densidad; hace pesar su historicidad, impone su estilo. Su diferencia específica, lo que la hace particular, no es tanto ella como historia, su singularidad, sino ella en relación con la densidad de la que depende; no es ella misma como su máximo sino como su mínimo, precisamente, en el que reside su desventaja. Densidad e historia van juntas, generalmente, la historia de la mano de la densidad.
La idea inversa es una forma en la que el peso de la historia es superior a la densidad; es un capricho histórico, un instante inesencial, sin concepto e irreflexivo, pura vanidad; es una fase, por así llamarla, "experimental", sin garantía en ella. La idea inversa sólo puede ser una hipótesis formal; su historia no está en ella, sino, precisamente, a cierta distancia. No puede ser ella misma, sino que ha de ser ella con deudas adquiridas y, por tanto, distantes consigo misma; es un error como si fuese un acierto.
Para que haya conciencia histórica el
error ha de ser largamente repetido, el error ha de ser una constante puesta a
la luz, una idea depurada de sus propias inclinaciones; ha de ser interiorizada.
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