lunes, 5 de enero de 2009

Difamación de la filosofía

Desde hace un buen tiempo se lee un ataque claramente antifilosófico. En lugar de limitar la crítica a lo que puede decir la ciencia a la filosofía, en lo que ésta recalcitrantemente ignora de aquella, se secuestra, se abstrae de su ejercicio y exige primacías bajo el coro falseado de la omnipotencia noumenal, la ridícula verdad de la ciencia como bien.

La ridícula verdad trata de su debilidad ante el careo con la urgencia. Ante la urgencia, por muchas condiciones que se impongan a las cosas, por mucha objetividad que se reclame, la urgencia es absolutamente primera. En la ordenación punzante, la voluntad no espera al retardo de su recreo.

Fue el grotesco Bunge quien nos enseñó cómo se debe malinterpretar la filosofía. Sin hacer historia de la filosofía, sin hacer crítica, nos desubicamos en la indeterminación de los objetos. A partir de ahí, lo que hagamos no tiene nada que ver con la filosofía.

Ya denuncié que ese majadero se enorgullecía de no haber leído la obra de Rorty, al igual que se ha criticado a Heidegger a pesar de haber confesando no entenderlo.

Ahora en lugar de proponer los problemas científicos que suscita el límite fenomenológico se llama inútil a la fenomenología. Para arreglar esa espeluznante crítica se amplía arremetiendo contra un pragmatismo del que no se ve de ninguna manera que se haya acaso empezado a valorar. Irónicamente, no hace falta más que ser serio, crítico e inquieto, lo contrario de estúpidamente inculto, para saber que se critica la misma actividad que la hace relevante filosóficamente. Es un ultraje que habiendo ubicado el pragmatismo en una escuela que va desde Emerson o Peirce hasta Putnam o Quine se lo niegue como no científicamente orientado. Ese es el grado de falta de seriedad. Para parecer que se sabe, se cita, pero, claramente, ni se entiende ni se comprende.

Hagan ciencia así; harán ciencia y no filosofía, de una buena chapuza se trata.

No hay comentarios: