jueves, 11 de diciembre de 2008

El desenlace de las ideas propias

Hace varios meses abrí un tema sobre las falsas ideas propias. Iba dirigido a criticar la postura de quien se refería a sus ideas como propias y a las mías como historia de la filosofía. Quien usaba términos de Mario Bunge se enorgullecía de su originalidad. Bunge tiene la costumbre de corromper la historia de la filosofía. Corrompe el pensamiento de filósofos decisivos como Kant y Hume, o menos lejanos como Wittgenstein o Dewey. La idea que usa de que los que hacen historia de la filosofía no pasan a su historia es un absoluto despropósito sobre la historia de la filosofía. La historia de la filosofía es la historia de las ideas que ha habido en filosofía en la situación de sus problemas y su dependencia de la historia de esas ideas.

Dewey es el pensador que más ha influido en una de las corrientes más importantes de la filosofía del S XX, el pragmatismo, crucial para la filosofía del lenguaje y filosofía de la ciencia. Heidegger es probablemente el filósofo más influyente en Europa en el siglo XX junto a Wittgenstein. Las ideas de Wittgenstein han influido en muchas ramas alcanzando cierta unidad con el pragmatismo. Heidegger es fundamental en el desarrollo de la moderna hermenéutica, un proceso de crítica enormemente enraizado en la tradición de la historia de la filosofía y crucial para la teoría literaria y la sociología interpretativa.

Las lecciones de Bunge sobre filosofía y el éxito de las mismas en función de criterios cientificistas como verdad y racionalidad lo competen a hablar de sus asuntos, es decir, una filosofía de la ciencia que se hace pasar por la auténtica filosofía. Esos filosofastros creen fielmente en la verdad como el orden de las cosas y nuestro cometido descubrirlo. Ese pobre diablo no parece haberse enterado de que la ciencia no es ninguna totalidad.

El desarrollo de la ciencia y la técnica no son objetos con primacía social asegurada. Su desenlace no es históricamente urgente. Por supuesto que puede serlo, pero no hay en ello ninguna necesidad. Se puede descubrir una importante vacuna para el sida como se puede desarrollar más peligro mundial con el armamento militar o destrozo del medio ambiente. El hombre no es racional por principio ni es malo por no ser racional. Si teorías como la etnometodología son despreciadas por cuestionar la racionalidad, no es verdad que no se usen por ello en sociología; es, más bien, que al no tener como primacía la ciencia son desechadas por aquellos a los que no les gustan. El éxito de las teorías de Goffman o Garfinkel es algo indudable en sus disciplinas –antropología y sociología-.

Las ideas de Wittgenstein, Dewey o Heidegger no son historia de la filosofía por admitir su autoría, sino son importantes porque son uso por parte de los filósofos. De manera similar se ha pensado que es sólo historia de la filosofía cuando he hablado de Kant, Weber o Schopenhauer. No por hablar de ellos se recrea sólo su papel en la historia de la filosofía, sino que sus reflexiones ayudan a actualizar nuestros objetos.

Los cientificistas conciben la lógica de su disciplina como el objetivo a imitar por las demás. Así el problema de la sociología es que no es ciencia y no lo que dijese Weber a favor de su sociología, o el de la filosofía que atiende a su tradición y no a los avances de la ciencia. Como esas cosas forman parte de un discurso tan alejado de la realidad que no se puede tomar demasiado en serio, contentémonos con comprobar en quien influye Bunge y cuánto éxito tiene su odio por la filosofía.

Ni la filosofía ni la sociología van a olvidar su historia porque sea historia, la historia no es un proceso que se agote y no pueda reflotar. El uso de las ideas no sigue una lógica meramente causal sino más bien es indeterminada en su aplicación. Los objetos de la verdad son una quimera límite que se indetermina en su insuficiencia. Nada es en sí, ni la verdad, ni la ciencia, ni las ideas propias.

La historia de la filosofía es importante como todas las historias, no porque sean historia, sino porque sin historia no somos nada, no hay posibilidad de conciencia o, para centrar mi crítica, ¿objeto de qué?. Parece que sólo fuese real la naturaleza del espacio de la física o el de la causalidad meramente científica, la que no tiene más objeto que la descripción de sus condiciones de realidad. ¿Son esas condiciones todas las condiciones?. No; son tomadas en modo absoluto, una total indeterminación del sentido de condiciones que se hacen ridículas fuera de su ontología regional. Que vayan esos chapuceros a problematizar el relativismo de Quine o Goodman a ver si descubren que lo que no es una totalidad es un margen de posibilidad epistemológica para el avance de la auténtica ciencia y filosofía. Pero algunos se apropian de la historia y su sentido, de nuevo, cientificistas y hegelianos en sus desagradables rozamientos.

Los filósofos que quedan en la historia de la filosofía son los que han aportado algo a la misma, pero no algo crucial como un Aristóteles o un Kant, sino las modificaciones que de sus ideas se han hecho. La historia de la filosofía no se hace a base de creaciones propias sino de la continuidad sobre la que se logra avanzar. Esa manía a rechazar la cultura de autores es muy común en los que se defienden mal en ese asunto. Cuando he hablado de Kant nunca me he referido a él, sino a las condiciones que planteó como problema a la filosofía desde la ciencia. ¿Y era Kant cientificista?, de ningún modo. ¿Dónde dice Kant que la descripción de las leyes naturales o la verdad sean algo distinto que un en sí, es decir, un problema del límite que nos impone la relación con las cosas?. Si ese problema se ve como el de un Kant encerrado en su cuarto con sus pensamientos, no es historia de la filosofía sino biografía intelectual. Así los cientificistas se creen que la teoría de la relatividad o la mecánica cuántica revolucionaron la filosofía. Son teorías importantes en sus campos, es decir, historia y filosofía de la ciencia. Pero no toda filosofía es de la ciencia, sino del lenguaje, historia, sociedad, mente, política, etc., etc. En un alarde de egolatría se han apropiado de los objetos de la filosofía, pero no por derecho propio, que sería más bien el objeto de discusión, sino por echarse sobre las cosas en una ingenua y falsa autoría. En ese sentido no llegué a entender cómo podía ser que con quien discutía fuese profesor de historia de la ciencia. Si éramos en el fondo colegas al fin, ¿por qué el problema no era un marco común?. Pues, porque eso es un mito, y mantenerlo requiere que nos esforcemos en darle sentido a su actualización. La filosofía no hace su historia sobre nada, sino más bien sobre la conciencia de algo; eso no es sobre la verdad, la historia, la ciencia o el hombre, sino ello es, sea cual sea, la naturaleza de su ejercicio.

Kant, en mi opinión, es la filosofía por excelencia. Con los años he roto con la tiranía de algunos de sus conceptos. Como decía Ortega, es difícil romper las ataduras con Kant, pero si uno no lo hace no puede filosofar en paz.

Pensar por uno mismo, una de sus lecciones maestras, es parte del problema que suscitó este tema. Lo intuyó profundamente, pero la figura del a priori y la unidad de apercepción no son más que momentos vacíos que recrean lo que él llamó un espejismo -el en sí es sólo recreable de manera limitada; el avance es su comprensión, su ampliación no hacia sí, es decir, la no repetición de su identidad-. Sin duda que él buscaba las síntesis como vehículo que portaba la capacidad de dar con la verdad, pero eso siempre encerraba un hueco, una fuga o una posible quiebra de expectativa: ¡la grandeza del conocimiento!, en un sentido evolucionista.

Kant dijo tantas cosas y tan maravillosas que no me atrevería a ser dogmático con afirmaciones sobre él.

La coherencia, que en su filosofía es tan importante, se puede invertir con cierta facilidad en incoherencia y seguir operando formalmente -el desastre del falso orden de Spinoza en la complejidad de la neurociencia, conocida corrupción de esa enorme filosofía-, es decir, la sinteticidad se asimila en su verdad y deja abierta su ampliación en el discurso de su negatividad. Esto nos llevaría esa historia de los errores que tan importante es para los buenos filósofos de la ciencia. Paradójicamente, los cientifistas, la filosofía de la ciencia que olvida su filosofía, no parece tener ningún interés en el error.

Ya dije que la crítica de la razón práctica y la insuficiencia de lo inteligible de la libertad me llevaron a que optase por rellenar la insuficiencia con condiciones que no fueran sólo inteligibles, sino un patrón de su ampliación.

Los cientificistas, los que sustraen la filosofía de su discurso, parece que no sólo no leen mucho a Kant sino que niegan la fuerza de la filosofía de la ciencia. El mayor interés que veo en Kant no es el científico, pero no ver en su gran crítica el empeño por determinar científicamente la filosofía es no entender una buena parte de su aportación a la filosofía y la ciencia. Probablemente si Kant viviese nuestros días llamaría al cientificismo dogmatismo ingenuo y falsa filosofía. La ciencia de la que hablaba no era sino un momento a seguir por la filosofía, no su totalidad, es decir, fíjese en el abismo que hay entre él y un Comte. El movimiento correctivo de desligue metafísico era un asunto más discursivo y condicionado en su incondicionalidad -sobre lo que se indetermina- que en un desvarío y delirio en torno a su verdad -sobre lo que se concluye la limitación de su afirmación-, lo que he ubicado como actividad especular; más se limita cuanto menos filosófica se vuelve y, de esa manera, se olvida y se niega. El Kant dogmático no es el que miro, sino uno casi nietzscheano. Pero a este punto debiera estar claro que no es de Kant de lo que se habla sino de aquello de más que él nos invitó a continuar. Que sea una malinterpretación, un chiste, una supuesta difamación. un poema, una canción, un martillazo o una insensatez, no le quita un ápice de carácter filosófico.

La altura en la que dejó la filosofía de la ciencia es un hueso distinto del que muerden esos majaderos.

Acerca de mi mención a Comte fijémonos en quién lo hacía propio. Por el contrario, todas mis aportaciones a la sociología se pueden ubicar en cierto modo desde Kant -si uno hace un poco de historia de la filosofía-. A Comte, como a otros muchos, no lo quiero para nada. La sociología actual rechaza la reliquia del sueño –delirante- del positivismo y su ideal de sociología como ciencia porque reduce más que amplía -mi afirmación es que se apropia de una cursi y falsa sociología seria que le discuto-. El interés del positivismo es innegable, pero se precipita en la falsificación de la propiedad y primacía del sentido. El rechazo al positivismo no es sólo por una cuestión cuetión de urgencia -mi proposición ética, radicalmente opuesta a la de quien en este sentido se apropiaba de la ética tonta de Comte- sino se rechaza por cuestiones de limitación epistemológica. La filosofía de la ciencia, en lo que trata de la sociología, como Collins o Bhaskar, no piensa en Comte sino se recrea en problemáticas que sí se podrían llamar kantianas y hegelianas o kuhnianas y popperianas, ¡pero nunca bungesianas!; es decir, esos presumidos, cursis y petulantes cientificistas no hacen sino ideología de fanáticos de la ciencia, cosa muy distinta de la filosofía.

Repasando antiguas discusiones sobre estos mismos temas he visto que la propiedad no sólo era falsificación sino que no se sabía muy bien lo que se decía ni sobre qué se lo decía. Fue en los repasos cuando sospeché que iba a retirar el saludo a quien despreciaba el diálogo. En efecto, así lo hice, y le cedí toda la verdad. Lo que es propio nunca es un en sí, no puede ser el platonismo de la verdad de un momento sinsentido y alejado de sus objetos. La propiedad formal es algo enormemente ridículo, un mérito que nos otorgamos y no merecemos. Si no se hace filosofía de lo que se hace, las ideas propias no son más que malas ideas, pobres y falsas.

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