martes, 23 de diciembre de 2008

La pérdida de equilibrio del orden supuesto

Hace más de un año se tensó el tema en el foro de filosofía a consecuencia de mi crítica a una ética que llamé ética infantil. Se trataba de una crítica muy sencilla que, para suavizar el nombre, propuse como insuficiente o que no atendía a nuevas condiciones. A quien le molestó el nombre y no el objeto de la crítica le pareció poco el cambio nominal y se enquistó en esos términos. Debe ser recordado que el origen del término venía de la nueva sociología, es decir, de los nuevos problemas con los que trata la sociología.

Con una insistencia especialmente ridícula y un talante falsamente legislador de lo real se pretendió axiomatizar cuestiones tan complejas como la ética. A pesar de que la ética no se ubica claramente en un punto ni primero ni final, sino que ello es el reclamo como asunto especialmente filosófico, se corrompió la bellísima Ética de Spinoza, maravillosa obra escrita hace más de trescientos años con lugares geniales y otros tremendamente enloquecidos. Las urgencias de hace trescientos años y los medios para pensar en ellos con la pretensión cartesiana hacían del asunto no más que un objeto de crítica filosófica, no un tratado de cientificidad. De lo contrario, se llama ciencia a la verdad el método y no a los objetos de su trato. No hay duda que esa ciencia de correlación fundamenta lo que define y hace agrupación sistemática de un mínimo sobre el que podrá extender sus condiciones.

El pobre Spinoza que tan profundamente pensó sobre la naturaleza de lo humano no quiso rebasar la verdad de sus términos y crispar la asimetría que se escondía tras ellos, una especie de cosa en sí inversa, la crucialidad experimental del momento científico, profanación y violación de la expectativa de la razón del mundo; no se niega su razón sino su carácter limitado y precipitación.

La crispación del orden es con claridad lo no unitario ni idéntico del mismo sino más bien la raíz de su modificación; es la presencia de la relación no categorial sino esencial, cosa en sí en pleno rozamiento, lo que debe ser tentado como verdadera extensión, es decir, no ir buscando su finalidad sino la irrupción de su novedad, que nos permitirá su comprensión. Ese es el momento ético donde la verdad no sólo se ve reflejada, sino se comprende, la importancia de lo absoluto del orden de Spinoza que comprende su verdad y su falsedad, y que reconoce el carácter gradual como cosa propia del ámbito de su expresión y no del objeto de la totalidad, habla de los términos en los que se refiere.

El orden ético es necesariamente especular en su proceso, no es una definición sino un plano de actividad sobre el que marcamos márgenes, lo que creemos que define y que no depende más que de esa limitación.

A pesar de que he ubicado el centro de mis teorías en una deuda de propiedad con unos maestros, no tengo miedo de apropiarme de sus ideas en mi malinterpretación. Cualquiera que lea lo que critico de la ciencia y la importancia que doy a un filósofo como Karl Popper debiera pensar que la limitación de esos términos está confundiendo el objeto y no prestando ninguna atención a su ciencia del desligue; si ubico mi proposición ética en una interpretación de la filosofía de Schopenhauer –válida para toda mi sociología y problema de conciencia- y se critica que hable de filósofos ancestrales –irónicamente ubicando el problema de conciencia en un Frankl que lo tomó de los términos de Schopenhauer o en una neurociencia que quiere no necesitar filosofía-, sencillamente, no se está a la altura del diálogo; si de Kant y Peirce extraigo la formalidad del cauce de relación como el objeto que define la intencionalidad y que presta a su moldeabilidad, pero se toma como mero relativismo cognoscitivo, no se sabe ampliar la mirada más allá de lo que uno tiene ante las narices; si por decir algo que no se entiende se piensa que está hueco, más que ser palabrerío hueco es falta de objeto de la mirada que lo ve; etc., etc..

La lógica de todos esos términos nunca es determinada sino en la finalidad que se pretende de ellos. La chapucería es sólo el tipo de uso que se hace de los objetos, es decir, indeterminarlos cuando se determinan y en su conclusión negarlos a la ampliación de su verdad; la chapucería es falsificar la propiedad, hacerse con un mérito que se pone en cuestión. ¿Qué es eso de pretender que la afirmación tiene contenido propio de verdad en relación a lo que afirma?. Eso no dice nada, su problema es el sentido de su ampliación, que cumpla su compromiso.


En lo que podría ser interpretado como relativismo se asienta fácilmente un carácter proposicional, o, si se prefiere así, lo que la chapucería termina por negar. Cuando se supone que no se trata de nada es sólo que no se sabe de lo que se trata, o que la suposición carece de los objetos que entran en la comprensión del trato. La comprensión la ubico en márgenes no tan interpretativos sino más bien esenciales, de actividad como márgenes de totalidad. Yo, la comprensión la propuse hace años tras estudiar el desequilibrio del orden. Mis deudas con Weber son grandes, pero tenemos algunas diferencias en el tránsito de la representación. La representación es sólo un momento del proceso –las condiciones de su recreo- en el que la comprensión se implica. La voluntad determina más la historia que la historia a la voluntad. Aunque Spinoza, mi mayor deuda en la teoría de los comprendidos, invertía la actividad de la voluntad en la verdad de la razón, me resistí al olvido de la constancia de la voluntad –la radicalidad del pesimismo de Schopenhauer en un principio de representación que invirtiéndoselo a Kant retoma al sujeto como objeto de la voluntad-. Ese camino coincide con un Nietzsche del que, no en vano, Weber supo aprovecharse. Pero digamos que esos términos llevarían a denunciar de nuevo la chapucería que hace uso de ellos.

El orden estético es muy importante para el ético, pero tiene una menor complejidad; digamos que es más dado, lo dado que es padecido y que la razón se obstina en trascender. Toda la ética de la elección, que se sabe no final -el carácter de conocimiento-, no habla más que de los márgenes en los que se implica.


La teoría de los comprendidos se fijaba en los márgenes del recreo de la comprensión como proceso. Como Weber incluía el patrón no racional como parte fundamental del proceso me pareció importante.

El interaccionismo lo cogí de Mead y no de Goffman, pero lo reintuí con el carácter de conocimiento, que es procesual, y posteriormente con Peirce. Mead me pareció interesante por la recreación del otro en uno mismo -Peirce amplía el self al comprender su lógica, aunque fuese temporalmente anterior -. El carácter de conocimiento era la posibilidad de desvinculación del sujeto, en una línea muy schopenhauriana y popperiana a la que yo llegué al problematizar la sucesión en las síntesis y su requisito de continuidad. El conocimiento se hacía dinámico en su plano de relación o, si se prefiere así, en su proceso de aplicación.

He comentado la relación que tiene con el origen del lenguaje, algo cada vez más claro con las neuronas espejo. Parece que desde ahí se agrupa la estructura de aprendizaje social, que a mí me interesa en tanto inmediación y que apunta crucialmente a los órdenes anteriores.

Leí el mes pasado una obra fascinante de Norbert Elias que ya ponía en evidencia el mismo ridículo incomprensivo que también denunciara Durkheim. Es grotesco que esa presuntuosa ciencia no sea sino olvido de la filosofía de la ciencia, lo que denuncio como cientificismo, la insistencia maníaca cada vez más desorientada y con menos que decir. En cualquier aporte del cientificismo se puede leer lo que añade: nada de nada, sacar sin venir a cuento la ciencia y de paso ensuciar su nombre.

No hay comentarios: