jueves, 20 de noviembre de 2008

Confusiones en relación a la conciencia

Como consecuencia de la incomprensión de mis textos e ideas vamos a establecer una distinción crucial entre lo que se toma como consciencia y lo que denomino conciencia.

La consciencia dependiente de la actividad cerebral, una especie de auto-conciencia, es una indeterminación de estados orgánicos que creen ser independientes de su sustento o de los que en ellos es efecto. En términos de Spinoza, es “confundir ser conscientes de los efectos e ignorantes de las causas que los provocan”. Esto tiene su campo de estudio en psicología, fisiología, medicina, etc, etc. En resumen, pretenden determinar los estados psicológicos, o sea, recrear el psicologismo.

Sin duda que esto tiene su interés en filosofía, lo podríamos llamar filosofía de la mente, un tema fascinante. Ahora bien, la conciencia, no la consciencia, es una capacidad lógica de relación que permite la intencionalidad, es decir, hace posible la unidad de representaciones a partir de sus momentos lógicos. Su ejercicio consistirá en reunirlos en torno al proceso en el que se involucra.

La conciencia es una ordenación de la fenomenología que se encuadra en la limitación trascendental de su posibilidad, la suspensión del torrente fenoménico en la recreación lógica de las condiciones mínimas necesarias para ser lógica y no fenoménicamente expresadas, es decir, el conocimiento de estas mismas condiciones se abstrae de sí mismo.

Su tradición se encuentra principalmente en el pensamiento de Edmund Husserl y la escuela fenomenológica que derivó de él. No obstante, mi uso siempre lo he situado en mi interpretación de Kant y mi crítica a la inversión de su determinación en manos de la importante indeterminación de Hegel.

A pesar de que la determinación kantiana, su cuidado, es una orientación científica, la misma no imposibilita la dialéctica de la estética trascendental sino que es la posibilidad de incondicionar su ética, la del conocimiento.

Desde los grados de objetivación de la voluntad de Schopenhauer, la conciencia emerge en su dependencia volitiva, biológica; pero no es una teleología final, sino una ordenación conforme a la posibilidad de su conocimiento, que abre la posibilidad de su reordenamiento.

La pretensión se psicologizar la conciencia por los que critican eso mismo -subjetivismo- sólo exhibe la pobre noción que tienen de estos complejísimos problemas.


Conciencia es desensimismamiento. El enfrentamiento con Hegel: su delirio y vuelta la privacidad monadológica del en sí. De modo que no hay separación del todo de Kant por las condiciones de la acción y su determinación, el cuidado de la profanación. Loco sí, pero no tanto que idiota.

Lo intencional se pone al ser el objeto que busca profanar la conciencia; no es, estrictamente, ni la intencionalidad de Brentano ni la de Husserl que hablan de condiciones psicológicas/fenomenológicas o fenomenológicas/lógicas; son más orientadas a la acción, a su implicación y desensimismamiento. Lo intencional, no la intención -objeto en relación a la voluntad-, estaría en lo “a la mano“ con una configuración de aplicación retornada y no finalizada, suspendida en su orientación. Su indeterminación se dirige a crear su posibilidad, no a indeterminarse en sí.

En un margen definido de acción se sigue un cauce bastante pragmático, pero un pragmatismo desde la inversión de la moral de Kant, sobre la que se pivotea con el contenido de la acción frente a la insuficiencia del imperativo teórico que quiere esquivar las condiciones. Se suspende la acción de su precipitación y se hace menos estética; no es de suyo, sino propio -del ejercicio de la conciencia-; no es el mundo en la conciencia, sino la conciencia en el mundo. Se deja, entonces, el imperativo no en la razón universal, sino en la condición que compromete con la acción. Urge su comprensión.

En mis últimos temas se puede ver que la condición temporal se suspende hasta que se recrea en un límite que se fuerza a su implicación ética, que encuentra su fortaleza en su mayor posibilidad de indeterminación frente a la estética. La condición temporal tampoco es en sí, sólo es su límite, pero su suspensión recrea esa indeterminación que en la ética se hace propia -del ejercicio de la conciencia-. De modo que esa condición temporal se fuerza y no se precipita; se mete la conciencia en ella; la cuerda floja del parto del compromiso que se tiene que revelar en la actualización de las condiciones límite que, poco a poco, no se pueden contener más y agotan ese supuesto infinitesimal hasta crispar la simetría, hasta que se hace asimérica con la perfección de su expectativa, o, si se prefiere así, la imperfección de la expectativa. ¡Se quiebra el orden y emerge la efectividad de lo nuevo!.

La suposición de órdenes cuánticos en la moderna física de la mente es relativo, en su indeterminación, a una complejidad que desvinculamos en nuestra filosofía para no hacer física sino ética. En física no saben nada del conocimiento y se recrean en ese tonto determinismo; se sabe no suficiente, pero insiste en la tautología de su verdad. De nuevo, es la síntesis de la conciencia que emerge en la complejidad del conocimiento.

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