domingo, 2 de noviembre de 2008

La urgencia especulativa de la comprensión

El mero confundir la actividad de la filosofía, insisto, actividad básicamente esencial e indeterminada, con sus términos, su conclusión, supone no más que mover de sitio las fichas de un tablero y definir la realidad conforme a esa limitación (como 2 y 2 son 4, 2 y 2 son cuatro; ¡genial!). Como bien se debiera saber, la especulación, o sea, toda actividad que mueva ficha, sobre ese límite, su indeterminación, es, en su conciencia, su salto y su emergencia. Tal y como sostengo, es la urgencia el elemento a profanar para poder, en esa aproriedad del orden, hacer el gran salto, de lo determinado a lo indeterminado y de lo indeterminado a lo determinado, la posibilidad del relleno sobre lo que era vacío. La actividad no es sino la sucesión de los momentos del proceso. Que pensemos cómo nombrar dicha actividad no es la solución al problema que urge, es su incomprensión.

Nadie con sensatez y conciencia cae en pensar que un problema esté mostrado y, menos aún, solucionado por haber sido mentado, escrito o teorizado. Atrevimientos especulativos como el de la urgencia nos reclaman a no caer en la fanfarronería propia del que recrea apresuradamente su falta de conciencia. Es así como uno no sólo se cree, y no se crea, sino se engaña a sí, en esa ridícula verdad, tratando de engañar a los demás en el retraso de su generalización.

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