jueves, 6 de noviembre de 2008

Sobre el falso orden de Spinoza

A pesar de que llevo ya años denunciando el orden falso de Spinoza, hay quien en su fanatismo cierra ojos y oídos a todo lo que suponga una diferencia para ese orden. La acumulación insostenible del gran supuesto de tal orden se ha visto defendido no ya en su universalidad, sino en los casos concebidos para dar por válida tan extravagante teoría. La sabiduría científica de quien nos alumbra con la negación de la filosofía se concede a sí mismo el privilegio de contar no con dónde no vale dicho orden, sino dónde sí vale. Ciencia, entonces. ¡Majaderías!. El criterio que cualquier auténtico científico admitiría como ciencia es, en una descontrolada soberbia, restringido a su conveniencia.

Recordemos, aún así, esa bella frase:

"El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas" (Spinoza, Ética).

Sin duda, no es la expectativa, sino la diferencia que hace al conocimiento crucial, o, si lo prefieren así, negatividad del conocimiento.

A pesar de que sí hay una apariencia de amoldamiento a la realidad, tal como parece que es, no es sino una aproximación y no una copia a modo de idéntica reproducción. Los redes neuronales hacen incalculables ajustes para poder reproducir su imagen, logrando, en el mejor de los casos, esa grosera copiao; o, si lo prefieren así, la irracionalidad de las síntesis o lo que en ellas es necesariamente ciego.

La extravagancia geométrica de Spinoza es, en cierto modo, similar a la adhesión a esas condiciones que de suyo Kant imponía a las cosas, aquella trampa que en el rápido trueque del efecto de la conciencia ésta suaviza matizando la identidad que busca. No es que lo que esperamos ver sea lo que vemos sino que vemos lo que esperamos; es decir, la cortesía consiste no en esperar las cosas sino en avalanzarse sobre ellas.

Son varias las pruebas realizadas sobre lo tonto que es el cerebro y lo que le cuesta comprender lo que hace en su síntesis.

El curso del científico, por muy purgado que se nos venda, hace lo mismo que el tonto del cerebro. Si, en su obstinación, se sigue con el cacareo, ya se dijo que esa ridícula verdad era toda para él.

No verdad sino conciencia, y ésta que sea de la urgencia.

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