lunes, 24 de noviembre de 2008

Falta de ética de la expectativa

La expectativa y su implicación son dos momentos distintos que se pueden confundir fácilmente al apresurarnos sobre ellos. La expectativa es una inclinación a hacer una hipótesis inmediata en relación a los objetos que definen nuestra intencionalidad. Si miramos esperamos ver y en la rapidez discursiva de los fenómenos los identificamos como un todo y lo mismo. Nada más lejos de la realidad. Como dije hace semanas, eso no es más que un tosco grosso modo, una aproximación perceptiva que se vive bajo la impresión del fenómeno –la problematización de esa situación es su posibilidad-. La inmediación no perceptiva sino inteligible, en lugar de ilustrar sobre su verdad, no hace sino aclarar en qué reside nuestra noción de continuidad. No es que la verdad condicione el torrente de realidad –fenoménica o inteligible-, sino que no discernimos su diferencia; no está contenida, pero la expectativa siempre es afirmativa, se recrea en un límite ciego. ¡La inmediación es radicalmente irracional!, y todo depende en último término de la inmediación. La conciencia no sabe por definición y menos el cerebro. De saber algo no es saber sino expectativa. El saber se pretende válido hasta en lo que no sabe, todo lo que no sabe y que vela a su conciencia. Lo que hay de más entre el cielo y la tierra es más de lo que hay en nuestra filosofía, principalmente, porque es lo que, en cuanto a posibilidad de conocimiento, no sabe, el pivote del aumento de conocimiento.

La simetría de la expectativa es algo bien distinto de lo que posibilita su conciencia. La conciencia, como ejercicio de desensimismamiento, es la implicación de lo no contenido pero hecho posible en su indeterminación, es decir, su improbabilidad.

La expectativa no sería la ética, sino, contrariamente, la ética seria su conciencia, la indeterminación de la expectativa. El conocimiento no es un orden objetivo ensimismado sino es en su orientación a nosotros. Esa ética no es, pues, objetiva; es orientativa, no un ídolo, sino un objeto a profanar.


En resumen, podremos decir que en la expectativa es característica su falta de conciencia. Su grado de conciencia es algo ajeno a ella, no propio, no se encuentra en una elección sino en una imposición o suposición. La orientación del conocimiento, por el contrario, que determina los órdenes conforme se adecua a su conciencia, es el sentido opuesto al de la expectativa. La expectativa hace su trato con independencia de su conciencia; es, como hemos dicho, ajena. El conocimiento emerge de una manera improbable sobre ella, pues no contiene una elección dada.

La expectativa no entra en la conciencia si no forma parte del carácter de conocimiento. Si es ajena está implicada de manera ciega. No podemos llamar ética a la falta de implicación, sino será ética lo que implica.


La expectativa es un efecto no propio, recrea la inmediación y falsifica al autor. En la mediación se hace de la expectativa un conocimiento que se implica, como se ha visto, no en lo que en ello es objetivo y vago, sino improbable, comprometido y comprensivo, o sea, ético.

El falso orden de Spinoza no era libertad sino incomprensión. En algo tan sencillo como hacerse cargo es importante ver que su hacerse es un proceso que se entiende en su acción y, desde ahí, en su comprensión. No se va por ahí dictaminando y saltando de órdenes estéticos a éticos para confundirlos en el rápido cambio dado a la conciencia. No hay órdenes finales que nos competan. El único orden final que podemos suponer en un verdadero límite es el de la muerte, que se niega en su eliminación, la negación del supuesto de su efectividad; en la comprensión, su emergencia.


Conviene aclarar que la atracción de la expectativa por el conocimiento es similar a la atracción del conocimiento por la expectativa, pues el conocimiento es un valor, como todas las cosas, no suficiente en sí mismo. Su eticidad, como hemos visto, es su desensimismamiento. La posibilidad del desarrollo de ambos es su ruptura, su no identidad, su diferencia. La conciencia se haya asentada en esta posibilidad de alteridad, sea en un plano lógico, perceptivo, neurológico o biológico. En el orden que nos compete, la diferencia es la continuidad con lo otro dirigida intencionalmente desde la conciencia. Ahí sí hay elección.

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